Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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sábado, 12 de julio de 2014

El Evangelio para Niños: El Sembrador


(Domingo XV – TO – Ciclo A - 2014)
         Jesús mismo explica la parábola (Mt 13, 1-23): la semilla que cae al borde del camino y es comida por los pájaros, es cuando alguien escucha y no comprende, y antes de que comprenda, viene el demonio y se lleva lo que había escuchado. Son los que fácilmente se dejan tentar por las cosas vanas que ofrece el demonio: la soberbia, la pereza, la ira, la gula, la avaricia. Pero de todas, las peores, son la soberbia y la pereza. Así, el demonio logra que la semilla, que es la Palabra de Dios, no germine en el corazón. El corazón de estas personas es como los bordes de los caminos, en donde no crece nada que sea útil, ni para las personas, ni para los animales. Por el contrario, el borde del camino, que se llama “banquina”, es siempre peligroso transitar por ahí, y estos corazones son peligrosos, porque en ellos no está Jesús.
         La semilla que cae en terreno pedregoso es el que acepta la Palabra de Dios con alegría, pero cuando hay algún problema, se olvida de la Palabra de Dios y esa persona se pone triste y deja de leer la Biblia o de ir a Misa. Son los que apenas tienen algo que les preocupa en la familia, o en la escuela, o en el barrio, en vez de ir a rezar el Rosario, para pedirle a la Virgen que los ayude, o en vez de ir al sagrario, o en vez de ir a la Misa, que es donde está Jesús, hacen lo opuesto: dejan de leer la Biblia, dejan de rezar, dejan de ir a Misa. Sus corazones son como un camino lleno de piedras, en donde no hay ni árboles, ni plantas, ni flores.
         La semilla que cae entre las espinas, es el que escucha la Palabra de Dios, pero los problemas y las riquezas hacen que se olvide de la Biblia y de la Misa, igual que los anteriores, y así la Palabra de Dios no puede dar frutos de santidad en sus corazones, y sus corazones se vuelven como tierra seca, como la tierra arenosa del desierto, que está llena de cactus espinosos.

         Por último, la semilla que cae en un terreno fértil, en donde germina y crece y da un árbol con frutos ricos y maduros, es el que lee la Palabra de Dios, la comprende, va a Misa, se confiese, hace obras de misericordia; ése es el que entiende que debe llevar la cruz de todos los días, y que debe amar a Dios y a su prójimo como a sí mismo y que si quiere llegar al cielo, debe rezar el Rosario para ser como la Virgen y como Jesús. Ése es el que produce frutos del cien, del sesenta, o del treinta por uno, como dice Jesús. Estos corazones se parecen a un hermoso jardín, lleno de flores y de árboles cargados de frutos exquisitos. De nosotros depende cómo será nuestro corazón, si como un terreno arenoso, pedregoso, sin árboles frutales, que es cuando el corazón vive sin la gracia de Dios, sin confesarse, sin comulgar, sin rezar, sin hacer obras buenas; pero también de nosotros dependerá si nuestro corazón es como un hermoso jardín, es decir, si elegimos vivir en gracia, y esto sucede cuando nos confesamos con frecuencia. Por la confesión, el alma se llena de gracia, y además comulgamos, rezamos y somos buenos con nuestros prójimos, nuestros corazones y nuestras almas serán como jardines hermosísimos, llenos de flores y de árboles con frutos riquísimos. Le tenemos que pedir a Jesús, a la Virgen y a nuestro Ángel de la Guarda, para que nuestros corazones sean así, como hermosos jardines, en donde la Palabra de Dios dé hermosos frutos de santidad.

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