(Solemnidad de la Ascensión del
Señor - Ciclo B – 2018)
Después
de cumplir su promesa de que iba a resucitar al tercer día, Jesús sube a los
cielos. Es lo que festejamos hoy: “Solemnidad de la Ascensión del Señor”. Jesús
había prometido que iba a resucitar y resucitó; había prometido que iba a
volver al Padre y volvió, porque al ascender a los cielos, sube para estar con
su Papá Dios. Jesús siempre cumple lo que promete.
¿Para
qué sube al cielo? Para dos cosas: para enviarnos al Amor de Dios, el Espíritu
Santo, para que el Espíritu Santo incendie nuestros corazones en el Amor de
Dios: el corazón es como un carbón: cuando el Espíritu Santo lo enciende, es
como cuando el carbón se convierte en brasa por el fuego y asciende para
prepararnos una habitación en la Casa de su Papá Dios, porque Él nos ama tanto,
que quiere que adonde esté Él, estemos también nosotros.
Pero
Jesús había prometido también que iba a “estar todos los días con nosotros,
hasta el fin del mundo” y eso parece que es una promesa que no puede cumplir. En
efecto: si asciende al cielo, ¿cómo va a estar con nosotros, que estamos aquí
en la tierra? Si asciende al cielo, no puede estar con los que, por el momento,
nos quedamos en la tierra. La otra posibilidad es que se quede con nosotros,
todos los días, hasta el fin del mundo, pero entonces así no puede ascender al
cielo, porque no puede estar en la tierra y al mismo tiempo ascender. Parece
imposible que Jesús cumpla esta promesa; sin embargo, Jesús no hace ninguna
promesa que no pueda cumplir; además no nos olvidemos que Él es Dios y lo que
es imposible para los hombres, es posible para Dios. Así que es posible para
Jesús ascender al cielo y al mismo tiempo quedarse con nosotros. ¿De qué manera
puede Jesús cumplir esta promesa? Por la Eucaristía, porque en la Eucaristía,
Jesús está con su Cuerpo glorioso y resucitado, el mismo Cuerpo con el que
ascendió y está en los cielos, a la derecha de Dios Padre.
Entonces,
hagamos adoración eucarística para cumplir con el deseo de Jesús, de que
nosotros estemos con Él todos los días, hasta el fin del mundo. Si estamos con
Jesús donde Él está, en la Eucaristía, cumpliremos su deseo en esta vida, de
estar con nosotros todos los días. Y después, cuando nos toque ir a la vida
eterna, allí seguiremos estando con Jesús, donde Él está, en la Casa del Padre,
para siempre.
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