Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

jueves, 31 de mayo de 2018

Textos para la Procesión de Corpus Christi




Textos para la Procesión de Corpus Christi

         “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre” (Jn 6, 51).  Jesús Eucaristía es el Pan vivo bajado del cielo; es vivo, no solo porque tiene vida, sino porque es el Dios Viviente en sí mismo; Él es la Vida Increada y el Autor y la Causa Creadora de toda vida creada. Jesús en la Eucaristía es el Dios de la Vida, que vive con su Vida divina desde toda la eternidad y que comunica de esa vida eterna a quien se une a Él por la comunión Eucarística con fe y con amor. “Si alguno come de este pan, vivirá para siempre”, dice Jesús, porque el que come del Pan Eucarístico, es unido a la Vida divina del Ser trinitario de Jesús y por lo tanto posee ya, desde esta vida terrena, la vida eterna en participación. Quien consume la Eucaristía no consume un poco de pan bendecido: se une al Dios Viviente Presente en la Eucaristía y recibe de Él su Vida divina, Vida que es eterna, Vida que es para siempre y por eso, aun cuando muera a esta vida terrena, quien comulga la Eucaristía en gracia, con fe y con amor, tiene ya en germen la Vida eterna.

“Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6, 51). Quien consume la Eucaristía no consume un poco de pan bendecido en una ceremonia religiosa; quien consume la Eucaristía, es unido, por el Espíritu del Padre, el Espíritu Santo, al Cuerpo de Jesús y al ser unido al Cuerpo de Jesús, recibe de Él su misma vida, que es la Vida divina. Quien consume la Eucaristía, aun cuando muera a esta vida terrena y mortal, vivirá para siempre en la eternidad, porque en la Eucaristía está contenida la Vida divina, que es la Vida misma de Dios, que brota de su Ser divino trinitario como de una fuente inagotable. El que se alimenta de la Eucaristía se alimenta de la Vida misma de Dios y ésa es la razón por la cual “vivirá para siempre”, aun cuando muera a esta vida mortal, porque en la Eucaristía está contenida la Vida eterna en germen, que se despliega en su totalidad cuando el alma, separada del cuerpo, ingresa en la eternidad. La Eucaristía tiene la apariencia de un pan, pero es un pan que no es pan, sino que es la Carne del Cordero de Dios, Carne asada en el Fuego del Espíritu Santo y servida por el Padre en el Banquete celestial que es la Santa Misa. La Eucaristía es un Pan Vivo, pero es también Carne de Cordero, la Carne Purísima y Santísima del Cordero de Dios, que alimenta nuestras almas con la Vida misma de Dios Uno y Trino.

“Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera” (Jn 6, 48-50). Los israelitas comieron el maná, el pan bajado del cielo, en el desierto, pero murieron. La razón es que ese maná no era el verdadero maná, sino solo una figura, un anticipo, una imagen del Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan Vivo que contiene al Dios Viviente y que concede, a quien lo consume, la Vida misma de Dios Trinidad. Nosotros, que somos el Nuevo Pueblo Elegido, comemos un maná que no perece, porque posee en sí mismo la Vida eterna y comunica de esa vida eterna a quien lo comulga con fe y con amor. Los israelitas comieron un maná bajado del cielo, que no era el verdadero, para una travesía terrena, para llegar a la Jerusalén terrena. Nosotros, los católicos, comemos el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, para atravesar el desierto de la vida y así llegar a la Jerusalén celestial en el Reino de Dios. No despreciemos este Maná celestial, este Pan de ángeles, que es la Eucaristía, acudamos a la confesión sacramental, para consumir este Pan celestial en estado de gracia y así, al morir, seamos llevados a la Patria celestial, a la Jerusalén celestial, cuya Lámpara es el Cordero, en donde nos postraremos en su adoración y amor por eternidades sin fin.

“Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. (Jn 6, 52-53). Ante la auto-revelación de Jesús, de que Él es el Pan de Vida y que el Pan Vivo que Él dará es su Carne para la vida de las almas, los judíos se escandalizan falsamente. No entienden cómo puede darles a comer de su carne y no lo entienden, porque rebajan el misterio de Cristo al nivel de la razón humana, incapaz de llegar a los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios Jesucristo. No pueden comprender, porque racionalizan la fe, que Jesús es el Pan Vivo bajado del cielo y que su Carne y su Sangre da la vida de Dios a quien los consume. Y no lo pueden hacer porque se cierran a la gracia y así piensan solo con su razón humana, sin la luz de la gracia y creen que Jesús está hablando de una especie de canibalismo. No entienden que la Carne y la Sangre de Jesús, que están contenidas en la Eucaristía y conceden la Vida de Dios a las almas, son la Carne y la Sangre suyas, sí, pero que han pasado ya por su misterio pascual de muerte y resurrección; son su Carne y su Sangre, sí, pero glorificados por el Espíritu Santo; son su Carne y su Sangre, sí, pero no en este estado mortal, sino después de haber sufrido la muerte en Cruz el Viernes Santo y después de haber resucitado el Domingo de Resurrección; son su Carne y su Sangre, sí, pero glorificados en la Eucaristía. Muchas veces los católicos caemos en el mismo error de los judíos y, rechazando la luz de la gracia, oscurecemos el misterio eucarístico cuando lo analizamos sin fe y decimos: “¿Cómo puede la Eucaristía ser la Carne y la Sangre de Jesús?”. No cometamos el mismo error de los judíos, no racionalicemos nuestra fe, abramos nuestra inteligencia a la luz de la gracia y así comprenderemos que la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que conceden la Vida de Dios a nuestras almas.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6, 54). Si alguien se alimenta con alimentos y bebidas corporales, tiene vida, pero es para una vida puramente terrena y perecedera. La Eucaristía, por el contrario, es un alimento celestial, para una vida celestial, que nos concede en germen la resurrección para el último día. Y es comida y bebida espiritual porque es la Carne y la Sangre glorificadas del Cordero de Dios, Verdadera, Real y Substancialmente Presente en el Santísimo Sacramento del altar. No desaprovechemos la Eucaristía; cuando abramos los ojos a la eternidad, comprenderemos que la Eucaristía es la Carne de Jesús”, la “verdadera comida” y que su Sangre es “la verdadera bebida” (Jn 6, 55) y ¡cuánto lamentaremos no haber comulgado con más frecuencia, con más amor, con más piedad, con más devoción, con más adoración! Pero todavía estamos a tiempo, adoremos la Eucaristía y hagamos un acto de fe en la Presencia real, verdadera y substancial del Señor Jesús en el Santísimo Sacramento del altar, y cuando nos acerquemos a comulgar, démosle todo el amor, la adoración, el honor y la gloria que el Cordero de Dios se merece.

Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53). Jesús afirma que si no comemos su Carne y bebemos su Sangre, no tenemos vida en nosotros. Sin embargo, es de experiencia común y cotidiana el comprobar que, aunque no comulguemos por mucho tiempo, estamos vivos, o sea, tenemos vida en nosotros. Y muchos hombres, además, pasan todas sus vidas enteras sin comulgar, es decir, sin comer la Carne de Cristo y sin beber su Sangre y, sin embargo, viven, hasta el momento en que mueren. ¿Por qué entonces Jesús dice que no tenemos vida si no comemos su Carne y no bebemos su Sangre? ¿No parece, el hecho de que muchos vivan sin comulgar, que contradicen a sus palabras, viviendo la vida sin comulgar? La respuesta es que Jesús se refiere a otra vida, no a esta vida nuestra humana, con la cual vivimos todos los días, hasta que morimos. La vida a la que se refiere Jesús y que el alma recibe cuando comulga, es decir, cuando come la Carne y bebe la Sangre del Cordero, es la Vida eterna, la vida misma de Dios Uno y Trino, la Vida de la divinidad, la Vida que es propia de Dios y que es absolutamente superior y distinta a la vida nuestra y a la vida de los ángeles. Aquí es entonces cuando comprendemos que, verdaderamente, si no comulgamos –en gracia-, es decir, si no comemos la Carne del Hijo del hombre y si no bebemos la Sangre del Cordero, contenidas en la Eucaristía, no recibimos la Vida eterna, la Vida de Dios Trinidad y por lo tanto, no tenemos Vida divina en nosotros, aunque tengamos vida humana. No podemos conformarnos con una simple vida humana; comulguemos en estado de gracia, esto es, recibamos con amor, fe, piedad y devoción el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y tendremos Vida eterna en nosotros, aun viviendo en esta vida terrena; recibamos en gracia el Cuerpo de Cristo y tendremos, como un anticipo del gozo eterno que nos espera en los cielos, la Vida de Dios en nuestras almas.




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