Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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viernes, 30 de julio de 2010

El Escapulario de la Virgen del Carmen nos libra del infierno


Hace muchos años, en un pueblito de Portugal, llamado Fátima, la Virgen se les apareció a tres pastorcitos, Lucía, Jacinta y Francisco, que tenían diez, siete y nueve años, respectivamente. La Virgen se les apareció varias veces, y en una de esas apariciones, en la tercera aparición, les dijo así: “Es necesario rezar el rosario para que se termine la guerra. Con la oración a la Virgen se puede obtener la paz. Cuando sufran algo digan: ‘Oh Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores’”. En esa época, había una guerra muy grande en muchos países, y moría mucha gente, por eso la Virgen pedía que se rezara el Rosario, para que esa guerra se terminara.

En esta aparición, después de decirles esto, la Virgen abrió sus manos y les mostró el infierno. Una de las niñas, que luego fue monja carmelita, Sor Lucía, cuenta cómo fue la visión del infierno: “La Virgen abrió sus manos y un haz de luz penetró en la tierra y apareció un enorme horno lleno de fuego, y en él muchísimas personas semejantes a brasas encendidas, que levantadas hacia lo alto por las llamas volvían a caer gritando entre lamentos de dolor. Lucía dio un grito de susto. Los niños levantaron los ojos hacia la Virgen como pidiendo socorro y Ella les dijo: “¿Han visto el infierno donde van a caer tantos pecadores? Para salvarlos, el Señor quiere establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María. Si se reza y se hace penitencia, muchas almas se salvarán y vendrá la paz. Pero si no se reza y no se deja de pecar tanto, vendrá otra guerra peor que las anteriores, y el castigo del mundo por sus pecados será la guerra, la escasez de alimentos y la persecución a la Santa Iglesia y al Santo Padre. Vengo a pedir la Consagración del mundo al Corazón de María y la Comunión de los Primeros Sábados, en desagravio y reparación por tantos pecados. (…) Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.

Después les dijo la Virgen: “Cuando recen el Rosario, después de cada misterio digan: “Oh Jesús, perdónanos nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno y lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia””.

La Virgen les mostró el infierno a los pastorcitos, y les dijo que había que rezar mucho y también hacer penitencia, para que las almas no vayan al infierno. También les dijo que debíamos tener una gran devoción a su Corazón Inmaculado, por eso siempre tenemos que pedirle a la Virgen que nos lleve a todos dentro de su Corazón.

En esta tercera aparición, la Virgen les mostró a los pastorcitos la existencia del infierno, un lugar en donde se sufre mucho, para siempre, lleno de fuego, y de demonios con formas de animales muy feos. Al infierno van todos los que se portan mal, los que no quieren a Dios, y los que no quieren rezar.

¿Qué hacer para no ir al infierno? Además de rezar, sobre todo el Rosario, y además de portarnos bien y de hacer buenas obras, tenemos una ayuda poderosa de la Virgen: el Rosario y el Escapulario. María le dijo a un sacerdote dominico, el beato Alan de la Roche: “Yo vendré y salvaré al mundo a través de Mi Rosario y Mi Escapulario”.

Junto con el Rosario, el Escapulario es lo que nos salva del infierno, y al escapulario lo conocemos por otra aparición de la Virgen, en el año 1251, a San Simón Stock. Ella le dijo: "No teman más, te entrego una vestidura especial, el escapulario; todo el que muera llevando esta vestidura no irá al Infierno".

“Todo el que muera llevando esta vestidura no irá al infierno”. Hermosas palabras de la Virgen, que nos consuelan y nos hacen ver que no vamos a ir al infierno si es que usamos su escapulario. El escapulario es una tela marrón, y quiere decir, cuando lo usamos, que estamos protegidos por el manto de la Virgen del Carmen, que también es de color marrón.

Usemos siempre el escapulario de la Virgen del Carmen, recemos mucho, y portémonos bien, y así, no sólo nunca vamos a ir al infierno, sino que vamos a ir al cielo, a gozar de la compañía de Jesús y de María.


[1] Aparición del 13 de julio de 1917.

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