Catecismo
para Niños de Primera Comunión[1]
Lección 2 – Existencia de Dios
¿Quién es Dios?
Dios es nuestro Padre, el Ser Supremo, todopoderoso, Creador del cielo y de la
tierra. Así lo decimos en el Credo: “Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador
del cielo y de la tierra”.
Dios es nuestro Padre.
Jesús nos enseñó a llamarlo así, al decirnos: “Cuando recéis, hacedlo así: ‘PADRE
NUESTRO que estás en el cielo…”. Es nuestro Padre porque es nuestro Creador, ya
que nos da la vida, el ser y todas las cosas (Hch 17, 25), pero también es PADRE NUESTRO porque por el bautismo,
fuimos hechos hijos adoptivos suyos, de manera tal que somos más hijos de Dios,
que de nuestros propios padres biológicos.
¿Cómo es Dios?
Dios es espíritu purísimo, infinitamente perfecto, eterno, inmenso, bueno,
sabio, justo, principio y fin de todas las cosas, premiador de buenos y
castigador de malos; además, es Amor infinito y también, Justicia infinita. De Dios
nadie se burla. Él es omnisciente (todo lo sabe); omnipresente (está en todos
lados: Jer 23, 24; Sal 139) y lee todos nuestros
pensamientos, aun antes de que los pensemos; todos nuestros actos y toda nuestra
vida, pasada, presente y futura, está ante sus ojos, como en un eterno
presente. Nada se escapa a su mirada; Él lee nuestros pensamientos y nuestros
corazones. Él es el Creador del universo visible e invisible; es el Rey de los
hombres y de los ángeles; los ángeles más poderosos, son ante Él menos que un
granito de arena; por eso, el demonio, si bien comparado con nosotros es muy
poderoso y nos domina, comparado con Dios, el demonio es menos que un gusano.
Dios
es eterno, y esto quiere decir que siempre existió y siempre existirá, es
decir, nadie le dio origen, y nadie le pondrá fin, porque Él no tiene principio
ni fin.
¿Cómo se da a conocer Dios?
Dios
se da a conocer:
-1º:
Por el mundo visible que nos rodea: nada de lo creado se explica sino es por
Dios que lo ha creado. Demos un ejemplo para explicar la existencia de Dios a
través de lo creado: si alguien ve sobre la mesa una torta de chocolate, por
ejemplo, nadie puede decir que “apareció de la nada”, puesto que todo el mundo
sabe que la torta de chocolate fue hecha por un repostero. De la misma manera,
cuando vemos las montañas, los ríos, el cielo, el sol, las estrellas, los
animales, las personas, no decimos que “aparecieron de la nada”, sino que
decimos que “fueron creadas” por un Ser inteligentísimo y poderosísimo, al que
llamamos “Dios”. La suma perfección, armonía y belleza de la Creación del universo
visible y del invisible (los ángeles), son solo un pálido reflejo de la Suma
Perfección, Armonía y Belleza que es Dios en sí mismo. Dice San Juan de la Cruz
que la hermosura de la Creación es suma fealdad, comparada con la hermosura de
Dios, que es su Creador.
-2º:
Por nuestra propia conciencia: la conciencia, que nos dice lo que está bien y
lo que está mal, es la “voz de Dios”.
-3º:
Sobre todo, por la Biblia o Revelación divina.
En
esta imagen vemos a Moisés que está a punto de postrarse en tierra para adorar
a Dios presente en la zarza que arde sin consumirse (…). Dios es “espíritu
purísimo”, no tiene cuerpo como nosotros; es omnisciente y omnipresente; todo
lo ve y todo lo sabe; nada ni nadie escapa a su poder y a su conocimiento.
Dios, al aparecerse a Moisés, le habló así: “Yo Soy el Dios de Abraham, el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob. Mi nombre es ‘Yo Soy’, ‘Yahvé’…” (Éx 6, 15). “Yahvé” quiere decir “el que
es”, o sea, el ser por esencia, del cual dependen para ser todos los demás
seres. Es decir, nosotros somos y existimos, porque Dios así lo quiere. Dios habló
a Moisés y a los profetas y por ellos y por medio de su Hijo Jesucristo nos
habla a nosotros. Las palabras de Dios las tenemos ahora en la Biblia.
Práctica:
“Los cielos pregonan la gloria de Dios y el firmamento anuncia las obras de sus
manos” (Sal 19, 2). “Lo cognoscible
de Dios es manifiesto… porque desde la creación del mundo, lo invisible de
Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las creaturas” (Rom 1, 19).
Ejercicios bíblicos:
1 Cor 8, 4; Hch 4, 11; Rom 2, 14-15.
Antiguo Testamento: Job 12, 7-10; Sab 13, 1; Sal 14, 1.
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