Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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domingo, 16 de octubre de 2016

El Evangelio para Niños: Hay que rezar sin desanimarse


(Domingo XXIX – TO – Ciclo C – 2016)
         Jesús nos enseña que debemos rezar a Dios, pero que si nos parece que Dios demora en darnos lo que pedimos –por supuesto que siempre tienen que ser cosas buenas, útiles para la salvación del alma-, no debemos perder el ánimo. Por el contrario, debemos continuar rezando, sabiendo que Dios siempre escucha las oraciones –pero escucha más a las oraciones que le dirigimos a través de la Virgen-, porque Él es un Dios Justo y Misericordioso, que no dejará de darnos lo que en justicia nos sea conveniente para nuestra salvación.
         Hay muchas personas que rezan a Dios pidiéndole algún favor, pero como Dios no les concede en el tiempo que ellas quieren, se cansan y dejan de rezar. Pero no es esto lo que nos dice Jesús, sino lo contrario: que debemos rezar sin desanimarnos. Un ejemplo de oración perseverante y sin desánimo es la mamá de San Agustín (dicho sea de paso, es el ejemplo para toda madre): rezó durante treinta años pidiendo por la conversión de su hijo, porque veía que iba por mal camino: iba de fiesta con malas compañías, formaba parte de sectas, tuvo dos hijos sin estar casado, no asistía a la Iglesia, no se confesaba, no comulgaba. Santa Mónica veía que Agustín, de seguir así, se iba a condenar, y eso le causaba mucho dolor, porque se iba a separar de su hijo para siempre, y por eso le pedía a Dios, día y noche, con llantos y con sacrificios, por su conversión. Pero Santa Mónica no rezó ni un día, ni dos; tampoco un año, o cinco años: rezó por treinta años seguidos. Finalmente, Dios le concedió mucho más de lo que pedía –en un segundo cambió su vida, en un “abrir y cerrar de ojos”, como dice Jesús-, porque su hijo no solo se convirtió, sino que fue uno de los santos más grandes de la Iglesia Católica.

         Santa Mónica es ejemplo para toda madre, primero porque reza por su hijo, y después, porque no pide para su hijo una buena esposa –lo cual no estaría mal que lo hiciera-, ni tampoco un buen trabajo, ni una vida sin problemas económicos: pide para su hijo la conversión del corazón, que es la gracia más grande que puede un alma recibir en esta vida, porque significa que esa persona ya no se alejará de Jesús, su Salvador y que así entrará en el Reino de los cielos. Además, con su oración perseverante durante treinta años, Santa Mónica es el ejemplo perfecto de cómo tenemos que hacer oración sin perder el ánimo, llevados por la confianza y el amor de Dios, porque sabemos que Dios nos ama y que escucha y concede lo que le pedimos para nuestra salvación, siendo así verdad el dicho: “De Dios obtenemos lo que de Dios esperamos”. Santa Mónica nos enseña –y sobre todo a las madres-, no sólo lo que hay que pedir, sino también que la solución a la inseguridad –que se deriva del alejamiento de Dios- no se resuelve, en última instancia, con medios humanos, sino sobrenaturales, porque su hijo abandona el mal camino cuando se convierte, es decir, cuando su corazón, movido por la gracia, comienza a contemplar y a amar a Jesús. 

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