(Domingo
XIV - TO - Ciclo A – 2017)
“Vengan
a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 25-30). En este Evangelio, Jesús
nos propone que hagamos con Él un cambio: nos dice que, si tenemos una preocupación,
que vayamos adonde está Él y que Él nos dará su yugo, que es suave. Es decir, lo
que tenemos que hacer, es ir adonde está Jesús –Jesús está en el sagrario y en
la cruz- y, arrodillados ante Él, dejar a sus pies nuestras preocupaciones, y
recibir a cambio lo que Él nos dé, su yugo. ¿Y en qué consiste ese yugo que nos
dará Jesús? Consiste en tratar de ser como Él, que es “paciente y humilde de
corazón”. Y cuando hagamos esto, obtendremos alivio.
Entonces,
en esto consiste el cambio que nos propone Jesús: que vayamos ante el sagrario
o ante la cruz, nos arrodillemos delante suyo, le dejemos aquello que nos
preocupa, y recibamos su yugo, que consiste en tratar de ser como es Jesús:
mansos, pacientes y humildes de corazón. Y así, obtendremos alivio.
Cuando
haya algo que nos preocupe, hagamos lo que Jesús nos dice: vayamos adonde está
Él y le dejemos a sus pies las preocupaciones y tomemos el yugo que Él nos
dará, que significa tratar de ser mansos, pacientes y humildes como Él.
“Vengan
a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen
sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de
corazón, y así encontrarán alivio”. Los cristianos somos los más afortunados
del mundo porque no hay problema, por grande que sea, que no pueda ser llevado
por Jesús, y lo único que tenemos que hacer, a cambio de que Jesús lleve
nuestros problemas, es tratar de imitarlo en su paciencia y mansedumbre.
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