Antes de que Jesús saliera a hablar de Dios a todas las
gentes, su primo, Juan Bautista, que había nacido milagrosamente de Santa
Isabel, se fue al desierto a predicar para avisarles a todos que Jesús ya iba a
comenzar a hablarles de Dios.
En
uno de esos días, estaba Juan en el desierto, y comenzó a decirles a los que
escuchaban, lo siguiente: “Preparen los caminos del Señor, allanen los
senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán
aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos
desparejos” (Lc 3, 16).
Lo
que Juan les decía a los que lo escuchaban, nos lo dice a nosotros la Iglesia
en Adviento, que cumple la misma tarea de Juan, porque la Iglesia anuncia a
Jesús, como Juan, y está en el desierto del mundo, porque el mundo, sin Dios,
es un lugar vacío y sin belleza, como el desierto, además de estar lleno de
alimañas, como alacranes, arañas, víboras, y de bestias salvajes, como los
chacales del desierto, sólo que las alimañas y bestias salvajes del mundo son
los ángeles que se rebelaron contra Dios y porque no lo quisieron amar y
servir, se cayeron del cielo, y ya nunca más van a poder volver ahí, y mientras
tanto, buscan tentarnos para que nosotros nos alejemos de Dios.
Bueno,
resulta que Juan el Bautista les decía que: “Preparen los caminos del Señor,
allanen los senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas
serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los
caminos desparejos”. Y cuando uno escucha a Juan, parece como que tendríamos
que ser ingenieros de caminos, de esos que hacen puentes y construyen
carreteras, o trabajar en Vialidad Nacional, o agarrar una pala y subir al
cerro San Javier, o a cualquier otro cerro, para poder prepararnos para
Navidad, porque todo esto nos lo dice la Iglesia, para que nos preparemos para
Navidad. Parecería que tenemos que hacer esto, porque las indicaciones que da
Juan el Bautista son esas: “allanar los senderos”, quiere decir que un sendero,
que es un caminito que va a la montaña, y da muchas vueltas, y tiene subidas y
bajadas, habría que convertirlo en un camino derechito, sin curvas, sin subidas
ni bajadas. ¿En verdad que tenemos que hacer todo esto en Adviento, para prepararnos para Navidad?
Y
podría ser que sí, que tenemos que volver derechitos a todos los senderos, y
rellenar los valles, y bajar las montañas, porque el Niño Dios viene para
Navidad dentro de la panza de su Mamá, la Virgen, sentada en un burrito, y de
pie va caminando San José, que guía al burrito, y como vienen caminando desde
muy lejos, habría que allanar los senderos y hacer todo el trabajo que nos
dicen Juan el Bautista y la Iglesia, para que el burrito, que trae a la Virgen
y al Niño Dios, no se canse, y pueda llegar más rápido. ¿Es verdad entonces que
tenemos que agarrar una pala y un pico, y salir a hacer lo que nos dice Juan el
Bautista? Y si nos ponemos a trabajar en los senderos que encontramos, o en las
montañas que encontramos, ¿no vamos a tardar demasiado, se va a pasar Navidad,
no vamos a terminar, y el Niño Dios no va a llegar?
Sí,
es verdad que tenemos que hacer lo que Juan y la Iglesia nos dicen en Adviento,
pero los senderos que tenemos que enderezar, los valles que tenemos que
rellenar, y las montañas que tenemos que bajar, no son las de la tierra, sino
más bien están dentro nuestro, y se ponen como un obstáculo entre nuestro corazón
y el burrito que trae al Niño Dios y a la Virgen.
¿Cuáles
son estos obstáculos?
Los
senderos, esos caminos angostos, llenos de curvas, de subidas y bajadas, y que
por ahí se pierden en cualquier parte, o no llevan a ningún lado, representan
el poco amor que le demostramos a Dios, cuando no queremos vivir sus
Mandamientos: si Dios nos dice: “Ama a Dios y al prójimo como a ti mismo”, y
para eso necesitamos sacrificio y generosidad, preferimos amarnos a nosotros
mismos, egoístamente, dejando de lado a Dios y al prójimo, porque preferimos
nuestros intereses a los de los demás, empezando por los papás y los hermanos. Así
somos como un sendero que no va a ningún lado.
Si
Dios nos dice: “Santificarás las fiestas”, con los cual nos dice que tenemos
que venir a la Misa del Domingo para encontrarnos con su Hijo Jesús en la
Eucaristía, y así recibir todo el Amor infinito de su Sagrado Corazón, que late
de Amor por nosotros, preferimos, al Amor del Sagrado Corazón, el triste y
vacío consuelo que nos dan las criaturas, que nos distraen de todas las maneras
posibles para que no recemos, para que no vayamos a Misa, para que no visitemos
a Jesús en el sagrario. Así somos como un sendero que, en vez de llegar a su
destino, conduce a un barranco.
Si
Dios nos dice: “Honrarás padre y madre”, y con eso nos quiere decir que nunca
jamás debemos faltar el respeto a nuestros padres, además de tratarlos siempre
con amor y afecto, obedeciendo en todo lo que nos dicen, y en vez de eso los
tratamos bien cuando queremos y cuando no queremos no los tratamos bien, somos
como los senderos que suben y bajan, suben y bajan, que producen cansancio y que
además parecen no llegar nunca a destino.
Los
valles que hay que rellenar, son nuestra pereza espiritual, que no nos deja
llegar a Dios, porque si la montaña es una figura de Dios, el valle es una
figura de nuestro desgano en rezar, por ejemplo el Rosario, en decirle piropos
a lo largo del día –se llaman “jaculatorias”-, como por ejemplo, “Jesús, en Vos
confío”, “Jesús, te amo”, “Virgen María, Madre Mía, sé mi auxilio y protección”,
y muchas otras más, además de rezar a la noche la devoción a las tres
Avemarías, pidiendo para nosotros y nuestros seres queridos no caer en pecado
mortal; la pereza espiritual nos lleva también a no querer rezar la Biblia y a
creer que es un libro de adorno en la biblioteca; la pereza espiritual nos
lleva también a amar más y a conocer más a ídolos del mundo, como Messi,
Cristiano Ronaldo, Harry Potter, o cualquier cantante de moda, antes que a
Jesús.
Las
montañas son la figura de nuestro orgullo, que se levanta entre nuestro corazón
y el burrito de Belén que trae a Jesús y a la Virgen; el orgullo no deja entrar
el Niño Jesús, porque el Corazón de Jesús, como el de la Virgen, es un corazón “manso
y humilde”, y en el orgulloso, aquel que no sabe perdonar ni pedir perdón,
aquel que no sabe humillarse, aquel que no sabe hacer pasar de largo los
defectos del prójimo, en definitiva, el que no sabe amar, no puede recibir al
Niño Dios, que viene en Navidad, porque el Niño Dios es Amor Puro, infinito, y
para recibirlo hay que tener amor y humildad en el corazón.
Entonces,
en Adviento, Juan el Bautista y la Iglesia nos piden que “allanemos los
senderos, que rellenemos los valles, que aplanemos las colinas”. ¿De qué
manera? Haciendo un examen de conciencia, reconociendo nuestros errores, y
haciendo el propósito de cambiar, y para eso tenemos que rezar, leer la Biblia,
y pedirle a la Virgen que nos haga que nuestro corazón sea como el del Niño
Jesús: “Virgen María, haz que mi corazón sea como el Corazón de tu Hijo Jesús,
para que yo pueda recibirlo con amor y alegría en Navidad”.
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