Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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viernes, 10 de junio de 2011

La Virgen, Madre y Maestra, nos enseña la Sabiduría de la Cruz

María Maestra de Sabiduría
nos enseña
a leer el Libro de la Cruz,
para que aprendamos a ser
como su Hijo Jesús.

Cuando vamos a la escuela, vamos con ganas de aprender, porque cada vez que aprendemos algo, somos mejores, ya que nos hacemos más perfectos: antes, no sabíamos algo, y ahora sabemos lo que nos enseñaron. Por eso estudiar es muy importante, y hasta divertido. Cada vez que estudiamos, nos perfeccionamos, y así cumplimos lo que Jesús nos dice en la Biblia: “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto” (cfr. Mt 5, 48).

Para aprender, en la escuela usamos libros, y la maestra nos ayuda para que aprendamos, y así vamos sabiendo cada vez más.

Pero sucede que lo que aprendemos en la escuela, nos sirve para las cosas de la tierra, para la vida que vivimos aquí, pero no nos ayuda para ir al cielo. Para ir al cielo, necesitamos saber otra cosa, y necesitamos otro libro, y otra maestra, porque es cierto lo que decía Santa Teresa de Ávila: “El que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”.

¿Dónde hay que estudiar para salvarse? ¿Qué libro hay que usar para ir al cielo? ¿Quién es la maestra que nos va a enseñar? Para ir al cielo, se estudia en un libro muy pero muy especial, que viene del cielo, y nos lo regala Dios, y es el Libro de la Cruz.

Ahí, en la Cruz, está toda la Sabiduría necesaria para ser felices en esta vida, y para ser felices en la otra, es decir, para salvarnos, nosotros y nuestros seres queridos.

Y como en la escuela, que necesitamos de una maestra para que nos enseñe a aprender, así también en la Cruz necesitamos una maestra, que conozca bien ese libro, y esa Maestra es la Virgen María, la Mamá de Jesús. Ella lo conoce bien, porque ese libro salió de Ella, y Ella también estudió de ese Libro. La Virgen, al pie de la cruz, es nuestra Maestra, que nos enseña cómo ir al cielo, leyendo en ese Libro de Sabiduría eterna, que es su Hijo Jesús crucificado.

La Virgen, nuestra Maestra, nos dice entonces que veamos a su Hijo en la cruz, y ahí aprenderemos todo lo que necesitamos para ir al cielo. Si queremos saber cómo tenemos que hacer con un compañerito de la escuela con el que nos hemos peleado, Jesús nos enseña cómo perdonar a nuestros enemigos; si queremos saber cómo tenemos que amar a Dios y al prójimo, Jesús en la cruz nos lo enseña; y así con todo.

En la Cruz, Jesús nos enseña muchas cosas:

-nos enseña a ser pobres, y es necesario ser pobres de cosas materiales, porque al cielo no nos podemos llevar nada material: ni tierras, ni dinero, ni oro, ni plata, ni la computadora, ni la Play, ni la guitarra… En el cielo se está tan pero tan bien, y hay tantas cosas divertidas, que todas estas cosas que aquí nos gustan, allá nos van a parecer aburridas. Entonces, como no podemos llevarnos nada de esto al cielo, Jesús en la cruz nos enseña la pobreza de la cruz

-pero también nos enseña a ser pobres de espíritu, porque el que es soberbio y orgulloso, el que no acepta que le digan nada, el que se envanece cuando lo halagan, como hace el pavo real, o el que se enoja cuando le dicen algo que no le gusta, ése no puede ir al cielo. Tampoco puede ir al cielo el que dice que no necesita de Dios. Jesús en la cruz nos enseña a ser humildes y a ser pobres de espíritu, es decir, a reconocer que necesitamos de Dios en todo momento, incluso para respirar.

-Jesús en la cruz nos enseña la castidad, es decir, la pureza del cuerpo y del alma. Él es puro y santo, porque es Dios hecho Hombre, y así como es Él, así tenemos que ser nosotros, para entrar en el cielo. Debemos desear lo que Jesús deseó en la cruz, y debemos rechazar lo que Él rechazó en la cruz. Jesús no quiso nada impuro, nada contaminado con el mundo, nada que no sea Dios, de Dios y para Dios, y así tenemos que hacer nosotros.

-Jesús en la cruz nos enseña la obediencia, porque Él obedeció a su Papá, Dios Padre, que le pedía que se sacrificara en la cruz y derramara su sangre, para que Él nos pudiera perdonar, y le pedía también que dejara que traspasaran su Corazón con una lanza, para que Él pudiera derramar el Espíritu Santo, que es su Amor, junto con la sangre y el agua del Corazón de Jesús. Y Jesús obedeció, porque Él amaba mucho, muchísimo, a su Papá del cielo, y así murió en la cruz por nosotros. Pero también obedeció a su Mamá de la tierra, la Virgen María, porque Ella también quería, junto a Dios Padre, que Él muriera en la cruz, para que pudiera resucitar y donarse como Pan de Vida eterna en la Misa. Y Jesús, como amaba mucho a su Mamá, le obedeció, a pesar que obedecer le costó mucho sacrificio, mucho dolor, porque era su propia vida y su propia sangre la que derramó en la cruz. Gracias a que Jesús obedeció en la cruz a su Papá del cielo, y a su Mamá de la tierra, la Virgen, es que nosotros podemos recibirlo en la Comunión, en la Eucaristía, y alegrarnos porque cada vez que comulgamos, tenemos a Jesús en el corazón.

-Jesús en la cruz nos enseña, sobre todo, el Amor, porque es por amor, a Dios y a los hombres, que Él se humilla, dejando que lo crucifiquen; es por amor que Él se despoja de todo y se hace pobre, siendo el más rico de todos los ángeles y los hombres; es por amor que Él quiere experimentar la ausencia de Dios, y la pobreza del alma que está sin Dios, y por eso Él dice en la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”; es por amor que Él vive puro y casto, sin pensamientos ni deseos impuros, para presentarse puro, purísimo, ante Dios; es por amor que obedece a su Papá y a su Mamá, y es por amor que se nos ofrece en la Eucaristía.

Pero además de enseñarnos todo esto, Jesús en la cruz nos da la gracia para llevar a cabo lo que Él nos enseña, porque sin su gracia, no podríamos nunca imitarlo y ser humildes, pobres, castos, obedientes y llenos de amor como Él. En la cruz, Jesús nos da la gracia, porque esa gracia se derrama sobre nosotros cuando le atraviesan el Corazón con una lanza.

Todo esto nos enseña Jesús desde la cruz, junto a María, la Maestra del cielo. Y cuando ya terminó la lección, la Maestra, que es la Virgen, nos da la tarea para la casa: “Haced lo que Él os diga”. Y la tarea para la casa, para la vida, es hacer en nuestras vidas todo lo que Jesús nos enseñó en la cruz.

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