Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

jueves, 16 de junio de 2011

Consagración a la Virgen para Niños y Adolescentes 2da Semana



1. La oración
¿Qué es la oración? Podemos decir que la oración es “hablar”: con Dios, o también con Jesús, que es Dios Hijo hecho Hombre, o con la Virgen, o con los santos, o con los ángeles. ¿Es importante la oración? Como en esta vida nuestro modelo a seguir y a imitar es Jesús, veamos qué nos dice el Evangelio acerca de la oración de Jesús.
En el Evangelio de San Mateo, en capítulo 4, entre los versículos 1 al 11, se dice: “Jesús se retiró al desierto para orar” (cfr. Mt 4, 1-11). Y como sabemos, Jesús estuvo en el desierto cuarenta días, y en esos cuarenta días, estuvo rezando, además de ayunar (quiere decir que no comió ni bebió nada en esos cuarenta días). Además, en muchas otras partes en el evangelio, se dice que Jesús rezaba, como por ejemplo, antes de hacer algún milagro, como una curación, o antes de multiplicar los panes y los peces, y rezó también en el Huerto de los Olivos, y en la cruz, antes de morir.
Pero Jesús no solo rezaba cuando era grande: también rezaba desde niño muy pequeño, y esto lo sabemos no por la Biblia –hay muchas cosas que no están en la Biblia, porque si Dios escribía todo en la Biblia, iba a quedar un libro más grande que toda una biblioteca entera-, pero sí lo sabemos por la Tradición y el Magisterio: como Jesús es Dios Hijo, y como la oración es “hablar”, Él hablaba con su Padre, incluso antes de comenzar a decir palabras.
La oración, entonces, es importante, porque Jesús rezó desde muy pequeño, y rezó durante toda su vida.
¿Cómo qué es rezar?
Dijimos que rezar es “hablar” con Dios, con la Virgen, con los santos, etc. Así como en la vida de todos los días no podemos estar sin hablar, porque necesitamos comunicarnos para decir lo que nos pasa, o para preguntar a los demás qué les pasa -¿se imaginan de alguien que, pudiendo hablar, se quedara mudo todo el día?-, así es con la oración: necesitamos rezar para decirle a Dios, a Jesús, a la Virgen, a los santos, qué es lo que nos pasa, qué cosas necesitamos. Si usamos el lenguaje para expresar afecto hacia nuestros seres queridos, entonces también debemos rezar, para expresarle a Dios nuestro amor (pero también tenemos que saber que, si rezamos, debemos comportarnos como rezamos).
Rezar también es como comer: así como tenemos necesidad de alimentarnos, para que nuestro cuerpo crezca, y se mantenga fuerte y sano, así también tenemos necesidad de rezar, para que nuestra alma reciba el alimento del espíritu que es el amor y la vida de Dios, y así se mantenga siempre sana y fuerte. Si alguien no come, se debilita, y si alguien no reza, su alma se vuelve débil y enfermiza, y si no nos olvidamos de comer, porque tenemos hambre, así también no nos debemos olvidar de rezar, porque tenemos hambre de Dios.
Rezar es como tomar agua: el agua es muy importante para el cuerpo; más de un 80% del cuerpo está formado por el agua, y si no hay agua, los órganos no funcionan y se “funden”, así como se funde el motor de un auto si no tiene aceite. Lo mismo sucede con la oración: si el alma no reza, es como si estuviera en un desierto, ya que sufre el ardor de las pasiones y la sequía del amor de Dios. Rezar es al alma lo que el agua fresca al cuerpo sediento: con la oración, el alma se refresca con el agua pura que viene del Espíritu de Dios.
Rezar es como respirar: el cuerpo necesita respirar para recibir el oxígeno del aire, el cual entra en los pulmones, pasa a la sangre, y se distribuye por todos los órganos, los cuales a su vez, entregan a la sangre el dióxido de carbono para ser eliminado. También las plantas, y los animales, necesitan respirar. Todos los seres vivos necesitan respirar. Si no respiramos, nos morimos en pocos minutos. Lo mismo pasa con el alma: la oración es al alma lo que el oxígeno es al cuerpo; si el cuerpo no se respira, muere, y lo mismo pasa con el alma: si no reza, va muriendo de a poco.
Orar es como iluminarnos con una fogata en una noche oscura y fría: así como la fogata nos da luz y calor en medio de la noche, así la oración ilumina al alma con la luz de Dios, y le también el calor de su amor. En una noche oscura, sin luz de luna, ni luz artificial, ni luz de vela, no se puede ver nada, y todo aparece confuso: una piedra grande puede parecer un oso, o un tigre; y al revés, un oso o un tigre, pueden parecer una roca grande. Cuando no hay luz, estamos en peligro. Cuando no hay luz, todo es confusión. Y si hace frío, y no tenemos fuego para darnos calor, el frío nos envuelve, y hasta puede helarnos los huesos. Lo mismo pasa cuando no hay oración: el alma se queda a oscuras, rodeada de tinieblas, y se encuentra en un gran peligro, porque la acechan no los osos o los tigres, o las bestias feroces que conocemos, sino seres espirituales que habitan en la oscuridad, los ángeles caídos, los habitantes del infierno, que se agazapan en las tinieblas, para destrozar al alma apenas se descuidad. Cuando no hay oración, el alma se enfría, lo cual quiere decir que no hay amor en su corazón, y que su corazón es duro con los demás: agresivo, malo, contestón, peleador, egoísta.
Cuando rezamos, por el contrario, recibimos la luz de Dios y el calor de su Amor; es como estar iluminados por una fogata, en medio de una noche muy oscura y fría. Es también como quien ve amanecer: así como aparece una estrella brillante, la Estrella de la Aurora, que anuncia que la noche está por terminar, y que está por salir el sol, rezar –y sobre todo, rezarle a la Virgen, que es llamada “Estrella de la mañana”- es como ver aparecer esa estrella que anuncia la llegada del sol: al rezarle a la Virgen, Ella como Estrella más brillante, nos anuncia que ya viene al alma el Sol de los cielos eternos, su Hijo Jesús, y cuando sale el sol, ya no hay más noche.
Por último, rezar es como encontrarse con un ser querido, a quien no veíamos de hace tiempo, porque se había ido de viaje a un lugar muy lejano: así como nos da alegría encontrarlo, y el corazón comienza a latir más rápido, así también es rezar, porque el alma se alegra cuando Dios viene al corazón por la oración.
Por todo esto tenemos que rezar, pero hay una razón más, que es la más importante de todas: tenemos que rezar, porque la oración llena al alma del Amor de Dios.
Hay que rezar, pero es muy difícil rezar bien, y es tan difícil, que capaz que nunca podamos rezar bien. Pero hay alguien que nos puede hacer la oración facilísima, y nos puede enseñar a rezar, y además, va a rezar con nosotros. ¿Quién es?
¡La Virgen María! Porque Ella rezó a Dios desde niña, cuando era muy pequeñita, y cuando tuvo a Jesús por el Espíritu Santo, lo miraba siempre, como hace toda madre con su hijo, y contemplar a Jesús, es la mejor forma de rezar. Entonces, nadie como Ella para enseñarnos a rezar, y para eso nos consagramos a la Virgen.
Además, la Virgen presenta nuestras oraciones, pequeñas y pobres, y las agranda, y así le gustan a Jesús. Nuestras oraciones son como si fueran unas frutillas diminutas, pequeñísimas, y amargas, que no se pueden comer, y si rezamos sin la Virgen, a Jesús le parecen tan amargas, que no las recibe, pero si rezamos con la Virgen, Ella las endulza, les pone mucha azúcar y crema, se las presenta en una bandeja de plata, con muchos cubiertos, también de plata, y así Jesús las acepta.
Para eso nos consagramos a la Virgen.

2. EL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo aparece en la Biblia como un animalito –la paloma- y como una cosa –el fuego-. Aparece como paloma en el bautismo de Jesús en el Jordán (cfr. Mt 3, 13-17), y aparece como fuego en Pentecostés, cuando la Virgen y los Apóstoles estaban rezando.
¿Por qué se aparece el Espíritu Santo de esta manera, como paloma y como fuego?
Para que nos demos cuenta cómo es el Espíritu de Dios.
Veamos cómo es una paloma: es un animalito bueno, pacífico, manso; si lo tomamos con nuestras manos, no nos agrede, y tampoco agrede a ningún otro animal. Construye pacíficamente sus nidos en lugares altos, y su apariencia es la de un animal inofensivo, y por eso es que su imagen se usa como símbolo de la paz.
El Espíritu Santo se aparece como paloma, para que nos demos cuenta que el Espíritu de Dios es bondadoso, manso y pacífico como una paloma. Así como una paloma no hace daño, ni es mala, así, y mucho más, el Espíritu de Dios es pura bondad y amor. Y si a una paloma de la tierra la podemos tomar con nuestras manos y estrecharla entre nuestros brazos, el Espíritu Santo, la dulce paloma, viene a nuestro corazón, para reposar en él y cantar sus arrullos de amor.
Pero el Espíritu Santo viene sólo cuando el corazón se ha convertido en un nido de luz por las buenas obras y la oración; de otra manera, el Espíritu Santo, esa dulce paloma, se va volando y no se asienta en nuestro corazón. Cuando no hay oración, el corazón puede volverse no como un nido de luz, sino como un nido de serpientes, oscuro y frío, y ahí no está el Espíritu Santo, sino el Espíritu del mal.
El Espíritu Santo aparece como lenguas de fuego en Pentecostés, para hacernos ver que Dios es como el fuego, pero no como el fuego de la tierra, el que conocemos, y con el cual cocinamos los alimentos, porque ese es un fuego que lastima y que hace daño: Dios es fuego, pero un fuego suave, que enciende al alma en el Amor divino; es un fuego que da paz, alegría, calma, gozo, al hombre.
¿Cómo hacer para que el Espíritu Santo, que es Paloma y es Fuego, venga a nuestro corazón? Como hicieron los Apóstoles en Pentecostés: ellos estaban rezando con la Virgen, cuando apareció el Espíritu Santo; así también nosotros, debemos rezar con la Virgen, para que venga el Espíritu Santo a nuestro corazón, como dulce Paloma blanca, y como Fuego de Amor divino.
Y algo muy importante: el Espíritu Santo no viene si alguien no lo llama, y ese “alguien”, es la Virgen María. Por eso tenemos que consagrarnos a la Virgen, para que Ella llame a esa palomita blanca, que es el Espíritu Santo, y lo encienda en el Amor de Dios.
3. LA HUMILDAD DE MARÍA
La humildad es algo muy necesario para entrar en el cielo. Sin la humildad, no podemos entrar. Es como si alguien quisiera viajar a un país lejano, y no tuviera el pasaporte: no puede viajar. La humildad es el “pasaporte” que nos abre las puertas del cielo.
Sin humildad no se puede entrar en el cielo, porque el que no es humilde, es soberbio, y Dios, dice la Biblia, “resiste a los soberbios”. Cuando Dios ve a un corazón soberbio, le parece estar viendo al mismo ángel caído, porque el ángel caído fue el primer soberbio que hubo en los cielos, y entonces no quiere saber nada con él, y no lo deja pasar.
¿Qué es la humildad? Dice Santo Tomás: "Una cualidad por la que una persona considerando sus defectos tiene una modesta opinión de sí misma, y se somete voluntariamente a Dios y a los demás por Dios".
Ser humilde quiere decir reconocerse en sus limitaciones –por ejemplo, no puedo ir volando a la luna- y en sus defectos –puede ser que sea perezoso, o rápido para enojarme-, y cuando lo reconozco, me doy cuenta de que, comparado con los demás, los demás son mejores que yo, y comparado con Dios, me doy cuenta de que Dios es como un Sol gigante, y yo más chico que una ameba (babosa).
Ser humildes es muy difícil, porque siempre pensamos de modo opuesto a la humildad: nos creemos mejores que todos, incluso hasta nos animamos a decirle a Dios qué cosas Él hace bien, y cuáles podría hacer mejor. Sabemos que no somos humildes, cuando nos damos cuenta que nos gusta que nos alaben, y no nos gusta que nos digan los errores, o que nos digan en qué nos equivocamos, o que tenemos algún defecto, o cuando nos enojamos fácilmente por cualquier cosa.
Ser humildes no quiere decir ser tímidos, o ser pusilánimes, o mediocres, o vagos, como si alguien dijera: “No quiero sobresalir en nada, y por eso no hago nada bien”. Todo lo contrario, ser humildes quiere decir apreciar los talentos recibidos, no envanecernos por ellos, y ponerlos al servicio de los demás. Cuando nos enorgullecemos y queremos hacer notar a todos el talento que tenemos, para que nos alaben, entonces el alma parece un globo inflado, hinchado desmesuradamente con el aire de la vanagloria, o se parece a un pavo real, que se pasea mostrando sus plumas, mientras le caen los mocos de la nariz.
La humildad permite que podamos descubrir que todo lo bueno que existe en nosotros, sean talentos naturales o sobrenaturales, provienen de Dios, lo cual nos debe llenar de gratitud para con Dios.
No es fácil ser humildes; por el contrario, es muy difícil, y es tan difícil ser humildes, que aunque nos esforcemos toda la vida, y aunque vivamos ciento veinte años intentándolo, nunca vamos a ser humildes. Ni siquiera si llegáramos a vivir quinientos, o mil años.
Pero no nos tenemos que desanimar.
Hay alguien que nos puede enseñar a ser humildes, y nos puede también ayudar a ser humildes, en muy poco tiempo, y ese Alguien es: ¡la Virgen María!
Ella es la más humilde de todas las criaturas, porque Ella, siendo Pura y Llena del Espíritu Santo, se llamó a sí misma “Esclava del Señor”. ¿A quién de nosotros le gusta que le digan: “esclavo”? Y si tuviéramos que elegir un nombre para que nos reconozcan, ¿qué nombre elegiríamos? Seguro que “Inteligente”, “Sabio”, “Astuto”, “El mejor de todos”, y cosas por el estilo, pero nunca elegiríamos el nombre de “esclavo”, como lo hizo la Virgen María.
Entonces Ella es la Única que puede enseñarnos a ser humildes, y para eso nos consagramos a la Virgen María.

Oraciones para rezar la Segunda Semana de la Consagración

Nos ponemos en presencia de Dios y hacemos silencio por unos momentos

Nos hacemos la señal de la cruz.

Oración al Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo,

Danos tu amor.

Ven a nuestras vidas, ven Santo Espíritu

Ven a nuestros cuerpos, ven Santo Espíritu (tres veces)


Recemos un Padrenuestro, un Ave María y un Gloria


Oración a Jesús

Jesús, yo creo en Ti, Jesús, Te adoro

Jesús, yo espero en Ti y Te amo

Jesús, perdón por los que no creen en Ti,

y no Te adoran, no esperan, y no Te aman.


Oración a la Virgen María

Te elijo hoy, oh María,

en presencia de toda la corte celestial

por Madre y Reina mía.


Invocación

Oh María, Reina de la Paz y la Reconciliación

Ruega por nosotros y por el mundo entero.

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