Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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domingo, 18 de marzo de 2012

La Santa Misa para Niños (IV) Acto penitencial



Sacerdote: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre, y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos ustedes. 

 Esta introducción nos habla, desde el comienzo, el gran amor que nos muestra la Santísima Trinidad al invitarnos a la Santa Misa: Jesús nos da su gracia, Dios Padre nos da su Amor, y el Espíritu Santo nos une en el amor con Dios Padre y Dios Hijo. 

En la Misa vemos cómo de Dios Trinidad sólo obtenemos bienes y amor, y por eso nos da pena por todos aquellos que, en vez de la Misa, en donde se recibe el Amor deDios, muchos prefieren las atracciones de la tierra. El otro motivo por el que el sacerdote saluda de esta manera, es que la Misa no es nunca una obra de los hombres, sino de la Santísima Trinidad, y por eso es que el sacerdote pide la gracia de Jesús, el amor de nuestro Padre Dios, y la comunión del Espíritu Santo, para que podamos aprovechar a fondo el misterio del altar. Sin la ayuda de las Tres Divinas Personas, nos vamos a equivocar, y vamos a pensar que la Misa es aburrida y que la Eucaristía es solamente un pedacito de pan, pero con la ayuda de la Trinidad, vamos a darnos cuenta de que es el sacrificio de Jesús en el altar. 

 Acto penitencial. Sacerdote: Hermanos, para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados. 

 Todos: Yo confieso, ante Dios Todopoderoso, y antes ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos, y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios nuestro Señor.

 ¿Por qué rezamos el acto penitencial? Para saberlo, tenemos que pensar primero en qué es lo que vamos a recibir en la Comunión: el Amor de Dios, que late en el Corazón Eucarístico de Jesús, que es como un océano sin playas. Para recibir al Amor, nuestro corazón tiene que tener amor, y como puede suceder que hayamos tenido faltas en el amor, a lo largo de la semana, entonces es necesario que confesemos estas culpas, que se llaman “pecados veniales”. 

¿Cuáles son estas faltas de amor? Tal vez cosas que no son muy grandes, pero que a la larga van apagando el fuego del amor en el corazón, como cuando uno tiene un brasero con muchas brasas, y de a poco le va arrojando agua: al final, en vez de fuego, queda solo humo, carbón negro y cenizas. 

Para que no ocurra eso, reconocemos nuestras faltas, como por ejemplo: un gesto de fastidio, un enojo, una contestación enfadada, antipática, un gesto agrio al saludar, haber hecho pereza en la semana, jugando en exceso en la Play o en Internet, o viendo mucha televisión, también haber desobedecido a los papás, cuando nos mandaban a estudiar, o a hacer algo en la casa, o haber peleado con los hermanos, o con los compañeros de la escuela, o haber contestado a alguna maestra, o haber dicho mentiras, etc. Todas estas son faltas pequeñas pero que, si son muchas, se vuelven muy importantes, además que impiden que podamos recibir al Amor de Dios que late en el Corazón de Jesús. 

Es como cuando alguien está con mucho calor y mucha sed, y quiere tomar agua de un arroyo de la montaña, que es un agua fresquita, transparente, cristalina, y usa un vaso de vidrio limpio pero que, en el fondo, tiene barro. ¿Qué sucede cuando quiere tomar el agua? Que el agua se mezcla con el barro, y ya no está más transparente. Así se pone nuestro corazón con los pecados veniales, y por eso no podemos tomar del agua fresca que es el Amor divino que late en el Corazón Eucarístico de Jesús. Con el acto penitencial, nos acordamos de esas faltas, para no volverlas a repetir nunca más, y así, de esta manera, verdaderamente arrepentidos de haber hecho, dicho, pensado u obrado esas cosas malas, nuestro corazón es purificado por la absolución del sacerdote, y ya podemos recibir en paz a Jesús que vendrá dentro de poco, desde el cielo, hasta la Eucaristía. 

¿Cómo qué más es un corazón con pecado? 

Un corazón con pecado mortal es como una cueva, excavada en la montaña, muy profunda y a oscuras, en donde no entra la luz del sol, porque el hueco por donde se ingresa es pequeño y no deja pasar ni el más pequeño rayo de luz, y no se puede ver nada; en esta cueva se refugian y merodean, en cada rincón y por todos lados, toda especie de alimañas, algo así como si fueran roedores, grandes, de mal olor; es un lugar lleno además de insectos repugnantes, como cucarachas y arañas; es un lugar asfixiante, sin aire, todo maloliente. Un alma con pecados veniales en cambio es como una habitación en penumbras: no está ni toda iluminada, ni toda oscura; se pueden ver algunas cosas, pero es más lo que no se ve que lo que se ve; está limpia, pero no tanto, ya que hay mucha humedad y mucha tierra que cubre todos los objetos; hay varios insectos, muy molestos, como los mosquitos. Y una habitación sin pecado mortal, sin pecado venial, y con mucho deseo de amar a Dios, es como una habitación limpia, perfumada, ordenada, iluminada, sin insectos ni alimañas. 

¿Cómo es nuestra alma antes de recibir a Jesús que quiere entrar en nuestro pobre corazón? Porque Él, desde la Eucaristía, nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguien me escucha y me abre, entraré y cenaré con él y él Conmigo” (Ap 3, 20). 

Jesús Eucaristía no puede entrar en una cueva; y le es un poco triste entrar en una habitación que esté un poco descuidada. Jesús quiere entrar en una habitación limpia, luminosa, aireada, fragante, humilde, sencilla, sin lujos, sin cosas costosas e innecesarias, en donde hay un lugar central en donde se levante un altar, para que Él sea adorado como Dios. 

Entonces, pedimos perdón, en esta parte de la Misa, para que se nos perdonen los pecados veniales –no los mortales, que sí o sí deben ser confesados en la confesión sacramental- y para que nuestro corazón esté limpio, puro, perfumado con la gracia divina, para poder recibir a Jesús y recibir de Él todo su Amor y toda su gracia.

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