Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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miércoles, 12 de junio de 2013

Apariciones de la Virgen en Fátima explicadas para Niños (VII) - Cuarta Aparición de la Virgen – 19 de agosto de 1917



Apariciones de la Virgen en Fátima explicadas para Niños (V) - Cuarta Aparición de la Virgen – 19 de agosto de 1917

El día 13 de agosto, en que debía darse la cuarta aparición, los videntes no pudieron a la cita con la Virgen en Cova da Iría, pues fueron raptados por el Administrador de Ourém quien, con amenazas, quiso arrancarles el secreto. Sin embargo, a pesar de su corta edad y a pesar de la violencia moral y verbal dirigida contra ellos, bajo la forma de múltiples amenazas –incluso los amenazaron de muerte, diciéndoles que los iban a “freír en aceite”, los niños permanecieron firmes y no cedieron a las presiones.
Sin los niños, retenidos por la fuerza, la Virgen lo mismo se hizo presente. A la hora de costumbre, se oyó en Cova da Iría un trueno, al que siguió un relámpago, habiendo notado los espectadores una pequeña nube blanca que se posó algunos minutos sobre la encina. Se observaron también fenómenos cromáticos de diversos colores en el rostro de las personas, en las ropas, en los árboles y en el suelo. Esto indicaba que Nuestra Señora había venido, pero no encontró a los videntes.
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Tres días más tarde, el día 19 de agosto, para cuando ya habían sido liberados los niños, Lucía estaba con Francisco y otro primo en el lugar llamado Valinhos, en una propiedad de uno de sus tíos, cuando a eso de las cuatro de la tarde, comenzaron a producirse las alteraciones atmosféricas que precedían a las apariciones de Nuestra Señora en Cova da Iría: un súbito refrescar de la temperatura, un oscurecimiento del sol y el característico relámpago. Lucía, sintiendo que algo de sobrenatural se aproximaba y los envolvía, mandó llamar rápidamente a Jacinta, que llegó a tiempo para ver a la Virgen aparecerse sobre una encina un poco mayor que la de Cova da Iría.
El diálogo entre Lucía y la Virgen, en la Cuarta Aparición de la Virgen, fue el siguiente:
Lucía: ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?
Nuestra Señora: Quiero que continuéis yendo a Cova da Iría el día 13 y que sigáis rezando el rosario todos los días. El último mes haré el milagro para que todos crean.
Lucía: ¿Qué desea que hagamos con el dinero que deja la gente en Cova da Iría?
Nuestra Señora: Que hagan dos andas. Una la llevas tú con Jacinta y otras dos niñas vestidas de blanco, y la otra que la lleve Francisco y otros tres niños. Las andas son para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. El dinero que sobre, es para ayuda de una capilla que mandarán hacer.
Lucía: Quería pedirle la curación de algunos enfermos.
Nuestra Señora: Sí, a algunos curaré durante el año. Y tomando un aspecto más triste, les recomendó de nuevo la práctica de la mortificación, diciendo, al final: Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas.
Y, como de costumbre, comenzó a elevarse en dirección al este.
Los videntes cortaron ramas del árbol sobre el cual Nuestra Señora se había aparecido, y las llevaron a casa. Las ramas exhalaban un perfume singularmente suave[1].    


         -Los niños no pueden acudir a la cita porque son secuestrados por las autoridades civiles de Ourem, quienes incluso los amenazan de muerte. De esta manera, se cumplen las promesas de la Virgen, de que sufrirían tribulaciones en caso de aceptarlas libremente por la conversión de los pecadores. El hecho de que los detuvieran y los amenazaran de muerte, pero sin finalmente llevar a cabo esta amenaza, demuestra que es vano el intento del hombre de detener el designio de Dios, ya que es como pretender ocultar el sol con una mano: puede ser que de momento no se reciba la luz del sol en el rostro, porque está oculto por la mano, pero el sol continúa existiendo e irradiando su luz sobre la tierra, y así sucede con los planes de Dios, que siempre se llevan a cabo. También es importante considerar que incluso hasta quien obra el mal, como el caso de las autoridades civiles de Ourem, es conducido por Dios para que su Voluntad siempre se realice. En este caso, los niños sufrieron la angustia de la persecución por el Nombre de Jesús, con lo cual adquirieron la bienaventuranza de ser perseguidos por Él y por el Reino de Dios. Los que obran el mal también tienen oportunidad de santificación, porque si se arrepienten del mal realizado, Dios, que es Misericordia infinita, los perdona siempre.
         Significado espiritual de la Cuarta Aparición de la Virgen
         -La Virgen vuelve a pedir el rezo del Rosario todos los días, por la conversión de los pecadores, y vuelve a pedir también las mortificaciones o sacrificios, por la misma intención. Para animarnos a la oración, al rezo del Rosario y a hacer sacrificios, la Virgen nos recuerda la visión del infierno de la Aparición anterior: “muchos se condenan en el infierno porque no hay nadie que rece ni haga sacrificios por ellos”. Esto quiere decir que cuando rezamos y cuando hacemos alguna mortificación o sacrificio, o cuando aceptamos con paciencia y amor alguna mortificación que nos sobrevenga, y unimos esto interiormente al sacrificio de Jesús en la Cruz y en la Santa Misa, estamos haciendo algo infinitamente más grande que lo que parece o puede parecer a simple vista. Por ejemplo, si en vez de protestar por la comida que no nos gusta, nos acordamos a Jesús que en la Cruz tiene hambre y sed, y se lo ofrecemos en silencio y con amor, lo que estamos haciendo, en realidad, no es simplemente “ser buenos”, ni tampoco simplemente estamos ejercitándonos en la virtud: lo que estamos haciendo, al unir ese pequeño sacrificio, con el sacrificio de Jesús, es: ¡salvar un alma! Cuando rezamos el Rosario, no estamos simplemente recitando unas oraciones de memoria: nos unimos espiritualmente a Jesús, que en la Cruz y en la Santa Misa, ora por nuestra salvación a Dios Padre. Por este motivo, el hecho de rezar -y sobre todo rezar el Rosario- y hacer sacrificios o mortificaciones, es algo grandísimo, algo que solo en el cielo podremos llegar a apreciar en todo su significado: por recitar las Avemarías meditando los misterios de la vida de Jesús; por no quejarnos, por hacer lo que nos piden, por ser pacientes, por ejercer la humildad, estamos salvando un alma de la condenación eterna, porque estamos uniéndonos a Dios en su obra de iluminar las almas con su gracia, y cuando Dios ilumina con su gracia al alma, en lo más profundo del corazón y de la mente, esa persona deja de obrar el mal y empieza a amar a Dios y a obrar el bien, y así comienza su camino de salvación, su camino para ir al cielo, y eso se llama “conversión”.
         Como vemos, rezar el Rosario y hacer sacrificios, penitencias y mortificaciones, son pequeñas acciones que, unidas al Sacrificio de Jesús en la Cruz y en la Santa Misa –que es el mismo y único sacrificio-, se convierten en algo grandioso: ¡unidos a Jesús y a la Virgen, salvamos muchas almas de condenarse en el infierno!  


[1] Texto tomado del libro Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?, pp. 61-65.

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