Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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domingo, 3 de abril de 2016

La Fiesta de la Divina Misericordia para Niños


         Una vez, Jesús se le apareció a Santa Faustina y le dijo que Él quería que el Domingo siguiente al de Pascua, se hiciera una fiesta en la Iglesia, que se tenía que llamar “Fiesta de la Divina Misericordia”.
         En esa Fiesta, el que se confesara, iba a recibir el perdón de los pecados –la culpa- y también la pena, que es lo que queda en el alma después que se perdona el pecado; es decir, el que se confiese en esta Fiesta, queda con su alma limpia y brillante, lista para ir al cielo.
         Cuando nos confesamos, es como si nos pusiéramos debajo de la cruz de Jesús, cuando Él estaba el Viernes Santo, para que nos caigan la Sangre y el Agua que brotaron de su Corazón cuando fue traspasado por la lanza del soldado romano: el Agua lava nuestros pecados y la Sangre nos da la gracia de Dios y así nuestra alma queda hermosa, limpia, brillante, y cuando Dios Padre nos ve, somos tan parecidos a Jesús, que Dios Padre cree que está viendo a su mismo Hijo Jesús, y nos ama con todo el Amor de su Corazón de Dios, el Espíritu Santo.

         Cuando nos confesamos, nos ponemos bajo los rayos Rojo y Blanco que brotan del Corazón de Jesús, y así estamos seguros, refugiados, porque entonces la Justicia de Dios, que es muy severa, no nos alcanza. Es como cuando alguien, cuando hay una tormenta muy pero muy fuerte, con muchos rayos y truenos que caen muy cerca, entra en un refugio en donde está a salvo, porque ahí no le hacen nada ni los rayos ni los truenos. Es por eso que siempre pero siempre debemos confesarnos, para que ninguno de los rayos de la Justicia de Dios nos alcance, y vivamos en cambio siempre protegidos por los rayos de la Sangre y el Agua del Corazón de Jesús. Y para parecernos todavía más a Jesús, busquemos siempre de hacer obras de misericordia –hay catorce en total, así que alguna podemos hacer-, para que, siendo como Jesús, Dios Padre, al vernos, crea que está viendo a su Hijo Jesús, y así nos dé el Espíritu Santo sin medida y nos lleve a vivir con Él, en su hermosa casa, que es el Reino de los cielos.

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