(Domingo XXXI - TO - Ciclo A – 2017)
“El que se ensalza será humillado, y el que se humilla será
ensalzado” (cfr. Mt 23, 1-12). “Ensalzarse”
quiere decir creerse que uno es el mejor que todos, eso se llama “soberbia”, y
se manifiesta de muchas maneras: el soberbio no soporta que lo corrijan, es
egoísta, es vanidoso, es avaro. Piensa que es el mejor de todos y que todo el
mundo gira alrededor de él. El soberbio nunca pide perdón, si es él el que se
equivocó, y tampoco perdona nunca, si es otro el que lo ofendió. Por este
motivo, el soberbio es susceptible –se ofende por cualquier cosa sin
importancia-, además de ser muy rencoroso.
El humilde, por el contrario, se considera, si no el peor,
casi el peor de todos –aunque en realidad, muchas veces, no lo sea-; además, el
humilde no piensa en sí mismo, sino que piensa primero en los demás, y si le
queda tiempo, en sí mismo. El humilde pide perdón si fue él quien cometió un
error, y busca repararlo, y si fue otro el que lo ofendió o le cometió alguna
injusticia, lo perdona siempre, como lo pide Jesús: “Perdona setenta veces
siete”. El humilde nunca juzga a su prójimo, y siempre piensa bien de los
demás, y nunca guarda rencor contra nadie; por el contrario, siempre piensa
bien de todos.
¿Quién fue el que se ensalzó a sí mismo en el cielo? El Demonio,
porque él se creyó que era igual o más grande que Dios, cuando en realidad eso
es imposible, porque el Demonio, comparado con Dios, es como si comparáramos a
un granito de arena con todo el universo, con miles de millones de estrellas y
planetas: el demonio es el granito de arena y el universo es Dios. Porque se
ensalzó, fue humillado, porque San Miguel Arcángel lo echó del cielo, después
de ganar la batalla a las órdenes de Jesús
de María, y después fue humillado cuando Jesús lo venció para siempre en
la Cruz y la Virgen le aplastó su cabeza de Serpiente Antigua con su talón.
Jesús, por el contrario, se humilló a sí mismo, porque
siendo Dios, se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, para sufrir la muerte de
cruz, la muerte más dolorosa y humillante que puede existir, para salvarnos, y
como premio, Dios lo ensalzó en los cielos, coronándolo como Rey de cielos y
tierra y dándole la gloria que tenía desde toda la eternidad.
Si queremos ser como Jesús, le tenemos que pedir a la Virgen
que interceda por nosotros para que participemos de su Pasión y seamos
humillados junto con Él, en esta vida, para después ser coronados de gloria en
el cielo.
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