Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 22 de diciembre de 2017

El Evangelio para Niños: Santa Misa de Nochebuena para Niños


(Ciclo B – 2017 – 2018)

         ¿Cómo fue el Nacimiento de Jesús? No fue un nacimiento común, porque el Niño de Belén no era un niño más entre tantos: era Dios, y como Dios, su nacimiento debía ser especial, como fue especial su Encarnación y Concepción. Jesús fue concebido por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, que fue el que lo llevó desde el Cielo, el seno de su Eterno Padre, en donde vivía, a ese Cielo en la tierra que eran el Corazón y el vientre de María. Es decir, su concepción fue purísima, inmaculada, fue un milagro, porque fue obra del Espíritu Santo. Y también su Nacimiento fue purísimo, inmaculado y un milagro, porque también fue obra del Espíritu Santo. ¿Cómo fue su Nacimiento en el Portal de Belén? Dicen los Padres de la Iglesia que fue como el rayo de sol cuando atraviesa un cristal: así como el rayo de sol deja intacto el cristal antes, durante y después de atravesarlo, así también Jesús, que es el Sol de justicia en sí mismo, salió del seno virgen de María como un rayo de sol, dejando intacta a la Virgen antes, durante y después del parto y es por esa razón que la Virgen continúa siendo Virgen y lo continuará siendo por los siglos sin fin.
         Para darnos una idea de cómo fue el Nacimiento de Jesús, imaginemos la siguiente escena: la Virgen está de rodillas, en medio del Portal de Belén, en posición de rezar, con las manos juntas, en el pecho, y la cabeza inclinada; San José está también de rodillas y rezando; incluso hasta el buey y el burrito, que eran los que habitaban el Portal, estaban con sus patas delanteras dobladas, como si estuvieran arrodillados, mirando en dirección de la Virgen, en cuyo interior todavía estaba Jesús; afuera, está todo oscuro, porque ha caído la noche. En un momento determinado, la Virgen, que está en silencio, contemplando y adorando el misterio de su Hijo que es Dios, comienza a iluminarse, con una luz que sale de la parte superior de su abdomen; esta luz dorada ilumina todo su cuerpo, pero luego se concentra y se hace más fuerte a la altura de la parte superior de su abdomen. No solo la Virgen, sino también San José, el buey y el burrito, y todo el Portal de Belén, quedan envueltos por esa hermosísima luz dorada que brota del interior de María Virgen. La luz se hace cada vez más intensa, más brillante, y resplandece tanto, que parece que hubiera en el vientre de la Virgen miles de millones de soles juntos; toda la luz que se concentra en la Virgen, sale lentamente, en forma de un rayo de luz, como la luz del sol, y es tan resplandeciente y hermosa esa luz, que el que la ve, no quiere ver nada que no sea esa luz, porque esa luz, que es la gloria de Dios, no deja ciego a nadie y además llena al alma de paz y al corazón del Amor y de la Alegría de Dios. El rayo de luz termina por salir de María, y mientras el cuerpo purísimo de la Virgen vuelve a la normalidad, el rayo de luz, que ya ha salido de María, se convierte en el Niño Dios, que es recibido por unos ángeles y luego entregado a la Virgen, la cual lo recibe con todo el amor de Dios, lo estrecha contra su Corazón Inmaculado y comienza a vestirlo y a alimentarlo, mientras San José continúa con la tarea de preparar el fuego, que había interrumpido por el Nacimiento.
         Por último, ¿para qué vino el Niño Dios? Vino para "destruir las obras del Diablo", como dice la Escritura, y también para quitar nuestros pecados y para vencer a la muerte, con su sacrificio en Cruz. Pero sobre todo, vino para darnos su Amor, el Amor infinito y Eterno de su Sagrado Corazón, porque Él no tenía ninguna obligación de salvarnos. El Niño Dios vino por amor y para darnos su Amor y es por eso que debemos recibirlo con amor en Navidad, por eso que dice el dicho: "Amor con amor se paga".

         Así fue entonces el Nacimiento del Niño Dios y eso es lo que recordamos en la Misa y, por la Misa, se hace Presente, misteriosamente, sobre el altar. Que nuestros corazones sean como el Portal de Belén, para que en ellos también nazca el Niño Dios y nos colme con su luz, que es la gloria de Dios, y nos comunique su Vida divina, su Amor y su Paz.

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