(Domingo XVIII – TO – Ciclo B – 2015)
El
Evangelio nos cuenta que la gente busca a Jesús para hacerlo rey, porque Jesús
les ha hecho el milagro de multiplicar panes y pescados y les ha satisfecho el
hambre que tenían (cfr. Jn 6, 24-35). Pero Jesús no se deja coronar rey, porque Él no es rey de la
tierra, sino Rey del cielo; Él quiere ser Rey de nuestros corazones, no de un
lugar de la tierra, sino de nuestros corazones.
Jesús
les dice que más importante que el pan de la tierra, el pan que comemos todos
los días en la mesa, es el Pan del cielo, el Pan que alimenta no el cuerpo, con
trigo y agua, sino el alma, con la Vida de Dios. El pan de la tierra nos nutre
con trigo y agua y fortalece el cuerpo; el Pan que nos da Jesús, que es Él
mismo en la Eucaristía, nos alimenta el alma, con la Vida de Dios.
Hagamos
esta comparación, para darnos cuenta de qué es lo que quiere enseñarnos Jesús:
el pan que comemos todos los días en la mesa, es un pan hecho de harina de
trigo y agua; es cocido en el horno de la panadería, con fuego de la tierra, el
fuego que todos conocemos, y cuando lo comemos, nos alimenta el cuerpo, porque
nuestro aparato digestivo lo descompone en partes pequeñas, para que luego el
tubo digestivo lo asimile y distribuya sus nutrientes, por medio de la sangre,
por el organismo.
El
Pan que nos da Jesús, la Eucaristía, en la Santa Misa, es un Pan que parece pan de trigo y agua, pero no es pan de trigo y agua, porque es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; es un
Pan que es cocido con un fuego que no es de la tierra, sino del cielo, el Fuego
del Espíritu Santo; es un pan que se cuece en el horno ardiente del Amor de
Dios, y cuando lo consumimos, no alimenta nuestro cuerpo: se disuelve en la
boca, y en vez de distribuirse por el organismo, como lo hace el pan común,
este Pan del cielo se distribuye por el alma y nos nutre con la Vida de Dios y el Amor de Dios, y así
nuestra alma queda toda llena de Dios, de su Vida y de su Amor, y así ya no
quiere ninguna otra cosa.
Entonces: el pan de la tierra nos alimenta el cuerpo con trigo y agua; el Pan del cielo, la Eucaristía, nos alimenta el alma con el Amor de Dios.
Entonces: el pan de la tierra nos alimenta el cuerpo con trigo y agua; el Pan del cielo, la Eucaristía, nos alimenta el alma con el Amor de Dios.
Busquemos
siempre este Pan, la Eucaristía, porque la Eucaristía es el alimento del alma, que nos alimenta con la Vida
y con el Amor del Sagrado Corazón de Jesús.
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