Jesucristo
es el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios Hijo
encarnado en una naturaleza humana.
Se encarnó en María Virgen para salvarnos y para conducirnos a la vida eterna. En esto consiste su Misterio de Redención: en que sufrió la Pasión y Muerte en Cruz para salvarnos y para llevarnos al Reino de los cielos.
Se encarnó en María Virgen para salvarnos y para conducirnos a la vida eterna. En esto consiste su Misterio de Redención: en que sufrió la Pasión y Muerte en Cruz para salvarnos y para llevarnos al Reino de los cielos.
¿De
qué nos salva Jesús con su muerte en cruz?
De
un triple peligro mortal para nuestras almas:
Del
pecado;
del
mundo;
del
Demonio.
Es
su Sangre, derramada en la cruz, la que nos salva de este triple peligro
mortal:
-por
su Sangre Preciosísima, Jesucristo nos salva del pecado, porque su Sangre lava,
limpia, quita los pecados de mi alma;
-nos
salva del mundo, porque con su Sangre nos concede la gracia santificante, que
nos santifica con su propia santidad;
-nos
salva del Demonio, porque quien está bañado en la Sangre del Cordero, es hecho
partícipe de su propia santidad y es revestido de su misma fortaleza, y por eso
el Demonio huye de su presencia; además, quien muere en gracia, no sólo se salva
de Infierno y del Demonio, sino que es conducido al Reino de los cielos.
Por
eso nos preguntamos: si Jesús nos salva con su Sangre Preciosísima, derramada
en la cruz, ¿cómo hacemos nosotros, que vivimos en el siglo XXI, para quedar
bañados en su Sangre y revestidos de su gracia?
La
respuesta es: a través de los Sacramentos, porque los Sacramentos nos
transmiten la gracia santificante, que brota de su Corazón traspasado en la
cruz.
Ésa
es la razón por la cual no da lo mismo recibir o no recibir un Sacramento:
quien recibe un Sacramento, recibe la gracia santificante; quien no lo recibe,
no recibe la gracia santificante y queda sustraído, por libre voluntad, del
poder salvífico y redentor de Jesucristo.
Para
comprender la razón de porqué NO ES lo mismo recibir un Sacramento o no
recibirlo, es necesario comprender primero qué es el Sacramento y que el Sacramento es la “unión” entre el
Sacrificio en Cruz de Jesucristo el Redentor, con nuestras almas, separadas por
el tiempo -21 siglos- y el espacio –miles de kilómetros-, del Sacrificio del
Calvario.
En
otras palabras, sino existieran los Sacramentos, no tendríamos posibilidad
alguna de alcanzar la gracia santificante, que se nos comunica con la Sangre
que brota del Corazón traspasado de Jesús.
Los
Sacramentos son la extensión de la Humanidad gloriosa del Salvador, que de esta
manera nos alcanza, en el tiempo y en el espacio, para concedernos su gracia
santificante.
Un
Sacramento no es un rito externo vacío: es un “signo sensible, instituido por
Nuestro Señor Jesucristo, que PRODUCE la gracia en nuestras almas”, que así
quedan santificadas.
Que
el Sacramento “PRODUZCA” la gracia, quiere decir que CREA la gracia –propia de
cada Sacramento-, y la gracia nos hace partícipes de la vida divina de Dios Uno
y Trino.
Puesto
que Dios es Tres Veces Santo, la gracia recibida a través de los Sacramentos,
nos SANTIFICA, nos hace santos, como Dios es Santo.
Esta santificación, se obtiene por la gracia, PRODUCIDA Y TRANSMITIDA por los Sacramentos.
Esta santificación, se obtiene por la gracia, PRODUCIDA Y TRANSMITIDA por los Sacramentos.
Sin
los Sacramentos, no hay posibilidad alguna de santificación y el alma queda
bajo el dominio de sus enemigos mortales: el pecado, el mundo y el Demonio.
Los
Sacramentos comunican la gracia –que proviene de la Sangre del Corazón
traspasado de Jesús-, y la gracia es un don interno que viene a nuestra alma y
la embellece con la misma belleza de Dios.
Para
darnos una idea de un alma sin Sacramentos, a un alma con Sacramentos, Nuestro
Señor Jesucristo utilizó diversas figuras, como por ejemplo, la Vid y los
sarmientos: la Vid es Él, los sarmientos somos nosotros, y así como un sarmiento
injertado en la vid, comienza a recibir su savia y vive, dando frutos –la uva-,
así el alma que es injertada en Cristo, Vid Verdadera, por el Sacramento,
recibe su gracia y vive con la vida de Dios Trino y produce frutos de santidad.
Por
el contrario, quien no recibe el Sacramento, es como el sarmiento que se seca y
que sólo sirve para “ser arrojado al fuego” (cfr. Jn 15, 5ss).
Otras
figuras de los Sacramentos: una fuente que mana agua cristalina y pura; el sol
que ilumina; un bosque frondoso, el grano de mostaza; etc.
“Como
busca el ciervo corrientes de agua, así mi alma
te busca a Ti, Dios mío” (Sal 41).
La
gracia viene a nosotros por primera vez por el Sacramento del Bautismo, se
acrecienta por el Sacramento de la Eucaristía, se pierde por el pecado mortal,
y se recupera por el Sacramento de la Penitencia.
Por
todas estas razones, no es lo mismo recibir un Sacramento, que no recibirlo.
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