Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

martes, 16 de agosto de 2016

Construir sobre Roca quiere decir escuchar y practicar la Palabra de Dios


         En una parábola, Jesús da el ejemplo de dos hombres que construyeron sus casas, uno, es necio y construye sobre arena; el otro, es inteligente y construye sobre roca (cfr. Mt 7, 24-29). A los dos les va muy distinto: al que construyó su casa sobre la arena, la casa se le terminó derrumbando, porque como no tenía cimientos, cuando sopló el viento fuerte y cayó mucha lluvia, toda la casa se vino abajo. Al que construyó sobre la roca, en cambio, a su casa no le pasó nada, porque tenía cimientos fuertes, y es así que, cuando llovió y sopló el viento, la casa resistió, aun cuando era azotada por el fuerte viento y por el agua.
         ¿Qué quiere decir Jesús con esta parábola? Para saberlo, tenemos que saber que los hombres somos nosotros; las casas son nuestras almas; los vientos y la lluvia, son las tentaciones, las pasiones y las dificultades de la vida; la arena, es cualquier cosa que no sea la Palabra de Dios; la roca es la Roca, Jesucristo, que es la Palabra de Dios hecha hombre, encarnada, que nos habla a través del Evangelio y a través de la Iglesia; el que construye sobre la roca, es el que escucha a Jesús y “hace lo que Él dice”, como nos pide la Virgen en el Nuevo Testamento: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5); el que construye sobre arena, es el que escucha la Palabra de Dios pero no la pone en práctica y se deja llevar por otras cosas que no son la Palabra de Dios y entonces, cuando surge algún problema, no sabe cómo obrar según la voluntad de Dios.
         El que construye sobre arena, dice Jesús, es “necio”, que quiere decir falto de inteligencia, pero no porque en la escuela no tenga buenas notas, sino que es falto de inteligencia espiritual porque escucha la Palabra de Dios pero después no la practica, y en vez de la Palabra de Dios, se deja llevar por sus propios pensamientos o incluso se deja llevar por lo que dicen otras religiones. Por ejemplo, Jesús dice en el Evangelio: “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 44), y el necio no los ama, sino que se enoja con ellos y no perdona nunca; Jesús dice: “Carga tu cruz cada día y ven detrás de Mí” (cfr. Mt 16, 24), pero el necio deja la cruz a un lado y se va por un camino ancho, espacioso, que no es el Camino de la Cruz, y se va lejos de Jesús; en el Evangelio Jesús dice que “va a estar todos los días con nosotros, hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 20), y cumple esa promesa quedándose en la Eucaristía, para consolarnos en nuestras tristezas y problemas, pero el necio no va nunca a saludar a Jesús en el sagrario y a decirle que lo ama; Jesús dice en el Evangelio que “Él es el Pan Vivo bajado del cielo” (Jn 6, 51), que “da la vida eterna al que lo consume”, pero el necio, en vez de alimentarse de la Eucaristía el día domingo, prefiere ver un partido de fútbol, o salir de paseo.
         ¿Y quién es el que construye sobre roca? Es el hombre “inteligente”, pero no porque tenga notas excelentes en la escuela, sino porque su inteligencia es una inteligencia espiritual que da el Espíritu de Dios a los que escuchan a Jesús y “hacen lo que Él dice”. Por ejemplo, Jesús dice: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre; el que coma mi Cuerpo y beba mi Sangre jamás tendrá hambre y Yo le daré la vida eterna” (cfr. Jn 6, 54), y esto se cumple en la Misa y en la Eucaristía y es lo que le sucede al que comulga con amor la Eucaristía: el hombre inteligente es el que viene a Misa no para cumplir un precepto obligatorio, sino a recibir a Jesús, que es Dios, con todo el amor de su corazón, para que Jesús le dé, con la comunión eucarística, su vida, su luz, su paz y su Amor de Dios. En el Evangelio Jesús dice: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29), y el que es inteligente, se acuerda de las palabras de Jesús y, cuando hay algo que lo enoja, se acuerda de Jesús, que es el Cordero de Dios, manso y humilde, y trata de imitarlo en su mansedumbre y en su amor.

¿Cómo podemos demostrar nuestro amor a Jesús? Escuchando sus palabras y poniéndolas por obras, porque eso es lo que nos enseña Jesús: “El que escucha mis palabras y las pone en práctica”, es el que lo ama (Mt 7, 24). Entonces, ¿cómo vamos a demostrar que somos como el hombre inteligente, el que construye sobre roca, el que ama en verdad a Jesús y no solo con palabras? Cuando amemos la Eucaristía más que la televisión y el fútbol; cuando tratemos de ser como el Corazón de Jesús, manso y humilde; cuando perdonemos en nombre de Jesús al que nos hizo mal; cuando frente a las tentaciones y a los problemas de la vida, en vez de desesperarnos, nos acordemos que tenemos una Mamá del cielo que es la Virgen y un Amigo Fiel que nunca falla, Jesús, que está en la Eucaristía esperándonos, y corramos al sagrario para decirle que lo amamos y que le pedimos su auxilio. Vamos a demostrar que amamos a Jesús cuando, guiados por la Virgen, “hagamos lo que Él dice”.

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