Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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jueves, 18 de noviembre de 2010

La Confirmación y el Espíritu Santo


Cuando recibimos el sacramento de la confirmación, se produce en nuestro interior algo muy hermoso, aunque no nos demos cuenta: recibimos los dones y los frutos del Espíritu Santo, pero lo más importante de todo, no son los dones ni los frutos, sino que, mucho más que los done y los frutos, en la Confirmación recibimos al Amor de Dios, a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo en Persona.

En la Confirmación, es el Espíritu Santo, el Amor de Dios, el Amor del Padre y del Hijo, el que viene a nuestro corazón.

¿Cómo podemos darnos una idea de lo que pasa en la Confirmación, de la llegada del Espíritu Santo a nuestras almas?

Recordemos que una de las formas en las que se aparece el Espíritu Santo en la Biblia, es la de una paloma –por ejemplo, en el Bautismo de Jesús en el río Jordán-, entonces, quiere decir que esa dulce paloma, que es el Espíritu Santo, viene a nosotros en la Confirmación. Pero sucede también que ya hemos recibido ese mismo Espíritu, en el Bautismo, entonces, es como si en el Bautismo, vemos a esa paloma dentro nuestro, muy pero muy pequeñita, y como muy lejos, dentro nuestro, mientras que, en la Confirmación, esa paloma viene volando, y se acerca cada vez más, hasta posarse en nuestro corazón, para hacer de nuestro corazón su nido. Y si esa dulce paloma está en nuestro corazón, entonces tenemos que tratar de ser lo más buenos posibles, para que no se vaya, porque con la paloma del Espíritu Santo, pasa algo parecido a lo que pasa con las palomas de la tierra: ellas se acercan a nosotros, porque son muy mansas, si les damos maíz, y comen tranquilas a nuestro lado, pero si nosotros gritamos, o si corremos, o si hacemos algo brusco, esa palomita blanca, mansa, humilde y amorosa, que es el Espíritu Santo, sale volando.

El Espíritu Santo aparece en forma de paloma para hacernos ver que Dios es manso y pacífico, como mansos y pacíficos son estos animalitos de los cuales Él toma su representación. Si nos preguntaran a nosotros qué clase de animales queremos ser, con seguridad, elegiríamos animales fuertes y poderosos: un tigre, un león, una pantera, un guepardo, o tal vez un elefante, o un gorila, o un caballo de raza. A muy pocos se les ocurriría pedir ser una paloma. Dios quiso ser representado por este animalito, la paloma, para decirnos que no tenemos que tener miedo en acercarnos a Él, y también para decirnos que tenemos que ser buenos y mansos como una paloma, o más bien, como Él es, bueno, manso, humilde. Sólo en un corazón manso y humilde, sereno, pacífico, puede el Espíritu Santo reposar, así como una paloma reposa en su nido construido en lo alto de los árboles o de los edificios.

En cambio, si nosotros nos comportamos mal, si nosotros reaccionamos con ira, con enojo, con impaciencia, entonces pasa con esa paloma que es el Espíritu Santo, lo que pasa con las palomas de la plaza cuando nosotros, en vez de darles de comer, atrayéndolas a nuestro lado, nos ponemos a correr, o hacemos algún movimiento brusco: las palomas de la plaza, cuando hacemos eso, salen volando, y así sucede con el Espíritu Santo: cuando obramos el mal, cualquier género de mal, mentira, engaño, violencia, enojo, robo; es decir, cuando cometemos un pecado, esa dulce palomita blanca, que es el Espíritu Santo, sale volando de nuestro corazón, y nuestro corazón se queda como un nido vacío.

¿Y qué hace el Espíritu Santo cuando viene a nuestro corazón? Si nosotros somos mansos, humildes y dóciles, el Espíritu Santo nos da sus dones y sus frutos, por ejemplo, la bondad y la benignidad. Se puede saber, por fuera, si alguien tiene el Espíritu Santo por dentro: si esa persona es pacífica, serena, humilde y buena; si se preocupa por ayudar a los demás, si no es egoísta, ni pendenciera, ni mala, ni atrevida; si ama a todos, a buenos y malos, si lo soporta todo con paciencia, si siempre piensa bien de los demás, si es bueno con todos, eso es señal de que la paloma del Espíritu Santo está dentro de esa persona.

Pero el Espíritu Santo nos da, ante todo, algo mucho más grande que los dones y los frutos, y es la alegría y el regocijo de tenerlo a Él, que es el Amor de Dios; cuando el Espíritu de Dios viene a nuestro corazón, lo inunda con su Presencia y con su Ser, que es Amor puro y celestial.

Entonces, en acción de gracias por el don del Espíritu, tenemos que comunicar, a todos los que nos rodean, ese Amor que recibimos, amando a todos, y amando a Dios como a uno mismo.

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