Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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sábado, 4 de junio de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 26 – La Resurrección de la carne

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 26 – La Resurrección de la carne 
Doctrina
¿Qué quiere decir la resurrección de los muertos? La resurrección de los muertos quiere decir que, como Cristo resucitó, así también nosotros resucitaremos al fin del mundo, volviendo a unirse nuestras almas con nuestros cuerpos, para nunca más morir.
¿Resucitarán al fin del mundo todos los hombres? Al fin del mundo resucitarán todos los hombres, los buenos y los malos; los buenos para gozar en alma y cuerpo en el cielo, y los malos para padecer en alma y cuerpo eternamente en el infierno.

Explicación


Jesús, Sumo y Eterno Juez, aparece en el centro de la escena acompañado por María Corredentora y Reina del Universo, en el Día del Juicio Final. Todos los hombres comparecen ante Jesús para recibir de Él el pago merecido por sus obras, libremente realizadas: para los buenos, el cielo; para los malos, el infierno.

En esta lámina se representa la resurrección de la carne, es decir, que el Último Día del mundo todos los hombres volverán a resucitar con sus propios cuerpos.
Cuando vuelva Jesucristo, llamará con su poder divino ante sí a todos los hombres, para juzgarlos a todos, presentándose no como Jesús Misericordioso, sino como Sumo y Eterno Juez, porque el tiempo de la Misericordia de Dios es para esta vida terrena; luego de la muerte, Dios es nuestro Juez Supremo. En ese momento, todos los hombres oirán su voz y resucitarán, y en la resurrección, los cuerpos de los muertos se unirán para siempre a sus almas.
Dios quiere que el cuerpo del hombre, que es instrumento del alma lo mismo para el bien que para el mal, participe también de la gloria o de la pena de sus obras; y por esto en su infinito poder y sabiduría ordenó la resurrección. Así como Jesucristo resucitó, y vive su cuerpo glorioso y triunfante, así resucitarán todos. Como dice San Pablo: “Cristo resucitó y nosotros resucitaremos” (1 Cor 15).
Los cuerpos de los malos reflejarán su maldad y desesperación, mientras que los cuerpos de los hombres buenos serán gloriosos: se parecerán al cuerpo glorioso de Jesucristo y las dotes de las que estarán adornados (comprendidas en la palabra “casi”), serán: claridad o resplandor (porque la gloria de Dios que los inhabita es luminosa); agilidad, o sea, una gran facilidad para trasladarse de un lugar a otro; sutileza, o sea, poder de penetrar cualquier cuerpo, e impasibilidad, o sea, imposibilidad de poder sufrir (porque la gloria de Dios impide todo dolor).
Los cuerpos resucitarán en edad perfecta, y, sobre todo los gloriosos, sin lesión ni achaque alguno, aunque hayan muerto enfermos o lisiados.
Debemos advertir que el estado ahora del alma separada del cuerpo en el cielo o en el infierno es un estado imperfecto, puesto que el hombre no es el cuerpo solo ni el alma sola, sino la unión de ambos, y durante la eternidad aparecerá como ser completo, es decir, el cuerpo unido al alma. Si no resucitaran los cuerpos, el hombre en la eternidad quedaría incompleto, por la razón que dijimos: porque no es ni cuerpo ni alma solos, sino cuerpo unido al alma.
Práctica: “El mundo pasa y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2, 17).
Palabra de Dios: Jesucristo dijo: “Llega la hora en que cuantos estén en los sepulcros oirán su voz (la del Hijo de Dios), y saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal para la resurrección del juicio” (Jn 5, 28-29). “Se siembra en corrupción y resucita en incorrupción” (1 Cor 15, 42). “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y enviará sus ángeles con resonante trompeta y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro” (Mt 24, 29ss).
Ejercicios bíblicos: 1 Cor 15, 21; Flp 3, 21; 1 Cor 15, 42.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

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