Es como un templo preparado para la Santa Misa: hay un
altar, está todo limpio, iluminado, perfumado; hay muchas flores alrededor del
altar, del sagrario, de la imagen de la Virgen; se escuchan cantos de Misa, que
son cantos de alabanza y de honor a Dios Trino.
Así tiene que estar el corazón en la Primera Comunión, como
un templo preparado para la Santa Misa: al igual que el templo, el corazón tiene
que estar todo perfumado, limpio, iluminado, dispuesto como un altar; tiene que
tener la presencia de la Virgen, se tienen que escuchar cantos de alabanza y de
honor a Dios Trino, y sobre todo, tiene que haber un gran deseo, basado en el
amor, de recibir a Jesús en la Eucaristía.
Pero al igual que sucede con el templo, que algunas veces
puede no estar limpio, ni con flores, ni iluminado, también puede suceder que
el corazón se encuentre sin luz, oscurecido; puede suceder que en vez de cantos
de alabanza a Dios, se escuchan cantos del mundo, que aturden y ensordecen y
alejan de Dios; puede suceder que en vez de amor a Jesús, el corazón esté
ocupado por otros sentimientos, como sentimientos de enojo, de egoísmo, de
orgullo, y como en un corazón así no está Jesús, tampoco está la Virgen, su
Mamá; puede suceder que el corazón, en vez de tener paz y amor, tenga
sentimientos de discordia, de desunión, y también de pereza y de ganas de no
recibir a nadie.
Entonces, ¿cómo preparar el corazón para la Primera Comunión,
para que no solo no esté así, sino para que esté de fiesta, todo luminoso, todo
lleno de flores, de perfumes, de alegría y con deseos de recibir a Jesús en la
Eucaristía?
La única manera de tener bien preparado el corazón para
recibir a Jesús Eucaristía, es por la gracia santificante, que viene por la Confesión
sacramental, porque es la gracia la que hace que el corazón esté limpio, luminoso,
resplandeciente, con perfume de flores frescas; sólo la gracia santificante
hace que el corazón tenga deseos de recibir a Jesús; sólo por la gracia
santificante, en el corazón se encuentra la Virgen, esperando a Jesús, porque
por Ella nos vienen todas las gracias, y nos viene el Autor de toda Gracia,
Cristo Jesús.
Así tiene que estar el corazón para recibir a Jesús por
primera vez en la Eucaristía, pero no tiene que estar así sólo el día de la
Primera Comunión, sino que tiene que estar así todos los días de la vida:
limpio, fresco, puro, con perfumes más ricos que los de las flores, dispuesto
como un altar para una fiesta; todos los días el corazón tiene que estar en
gracia, para recibir al Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, que baja desde el
cielo para venir a quedarse en nuestro corazón, y para hacer de nuestro corazón
un altar en donde Él pueda quedarse para siempre.
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