Hoy la Iglesia nos pide que nos
acordemos de Jesús, que es Rey del Universo. Esto lo sabemos porque cuenta el
Evangelio que cuando lo pusieron preso a Jesús, lo llevaron para que hablara
con el gobernador de los romanos, que se llamaba Poncio Pilato, y cuando estuvo
delante de Jesús, le preguntó: “¿Tú eres Rey de los judíos?”, y Jesús le
respondió: “Tú lo dices”, que es como decir “Sí, soy Rey”.
Entonces,
nosotros festejamos a Jesús, que es Rey, porque Él mismo dijo que era Rey, y es
Rey desde su nacimiento virginal del seno virgen de María, pero también es Rey
desde siempre, porque Él existe en el cielo desde toda la eternidad, junto a su
Papá Dios. Jesús es Rey porque Él es Hijo de Dios y también Hombre perfecto, no
solo sin pecado, sino lleno de gracia y santidad.
¿Cómo es
Jesús Rey? Para saberlo, primero tenemos que ver cómo son los reyes de la
tierra: tienen corona de oro, se visten con vestimentas de seda muy fina y muy
cara, bordadas con hilos de oro; el sillón desde donde reinan es grande, cómodo,
y todo cubierto con terciopelo; tienen un cetro de madera de ébano, una madera
muy fina, que cuesta mucho dinero, con el que mandan a los demás; toda la gente
les hace reverencias y se inclinan ante ellos; cuando los eligen, el pueblo les
dice: “Éste es nuestro rey”.
Jesús,
Rey eterno, es distinto a los reyes de la tierra: en vez de corona de oro,
plata y diamantes, tiene una corona de espinas; en vez de una vestimenta de
seda con hilos de oro, está vestido con una túnica roja que es su propia
sangre, que sale de sus heridas abiertas; su cetro, con los que gobierna los
corazones, son los clavos de hierro de sus manos y pies; en vez de sillón de
terciopelo, su trono es la Cruz
de madera; los que lo aman y lo reconocen como Rey de sus corazones, se
arrodillan ante su Cruz, besan sus pies heridos y traspasados por los clavos, y
lo adoran como se adora a Dios, porque Jesús crucificado es Dios crucificado;
arriba de su trono, que es la
Cruz, hay un cartel, puesto por los romanos, por encargo de
Dios Padre, que dice: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.
Cuando
los reyes de la tierra entablan una batalla, salen con sus tropas y se colocan
en un monte alto, para poder ver desde allí el curso de la batalla, y dirigir
con eficacia sus ejércitos, para vencerlos para siempre, para que sus reinos se
vean libres de sus enemigos.
También
Nuestro Rey Jesucristo, que reina desde el madero de la Cruz, pelea una gran guerra,
y también Él se sube a un monte alto, el Monte Calvario, para que todos los
hombres de todos los tiempos puedan verlo, para que viéndolo así crucificado lo
amen, para que amándolo en el tiempo, se salven en la eternidad; Jesús es Rey
victorioso, que no manda a sus ejércitos, que son miles de millones y de millones
de ángeles de luz, sino que sale a pelear Él mismo, en Persona, para
defendernos de nuestros enemigos, y Él pelea, lucha y vence en la Pasión, desde la Cruz, y es de la Cruz, que este Rey victorioso
manda que por el poder infinito de su Sangre, todos se salven y que sus
enemigos, que son los enemigos del hombre, el demonio, el mundo y la carne,
sean destruidos para siempre y encerrados en la prisión subterránea, para que
nunca más molesten a sus hermanos, los hombres.
Por todo
lo que Jesús, Nuestro Rey, ha sufrido para conseguirnos la victoria, es que
debemos postrarnos delante de Él en acción de gracias, y adorarlo por su
inmensa majestad y poder, y por su infinito y eterno Amor.
Jesús es
Rey de todo el Universo, el visible y el invisible; Él vendrá, al final del
tiempo, el Día del Juicio Final, montado en un caballo blanco, como dice la Biblia, y tendrá escrito en
su muslo: “Rey de reyes y Señor de señores”, porque es el más poderoso de todos
los reyes de la tierra; Él es el Rey de los ángeles, es el Rey de los mártires,
de los santos, de las vírgenes, de los doctores de la Iglesia, de los profetas,
de los Apóstoles; es el Rey de todos los ángeles buenos y de todos los hombres
buenos que ahora, en el cielo, se les da el nombre de “santos”, y quiere también
ser nuestro Rey, pero necesita que nosotros le pidamos que sea nuestro Rey,
porque Jesús no obliga a nadie a que lo acepten como Rey. Y como nosotros
queremos que Jesús sea Nuestro Rey, le decimos: “Jesús, Rey eterno, inmortal,
invencible, que reinas victorioso desde el leño de la Cruz; oh Rey Jesucristo, que
por Amor a nosotros peleaste la batalla de nuestra salvación y venciste para
siempre a nuestros enemigos, el demonio, el mundo y la carne, te lo pedimos,
ven a nuestros corazones, planta en ellos tu estandarte glorioso, el estandarte
ensangrentado de la Cruz,
y sé nuestro Rey para siempre, y nunca permitas que te abandonemos. Ven, oh Rey
eterno, reina en nuestros corazones, y te alabaremos y adoraremos por siempre,
en el tiempo y en la eternidad. Amén”.
Si
rezamos esta oración desde lo más profundo del corazón, Jesús nos aceptará como
súbditos de Él, y entonces podremos usar su distintivo. ¿Cuál es el distintivo
de los súbditos de este rey? Porque Jesús Rey eterno reina desde el madero de la Cruz, los súbditos de este
Rey bendito tienen como distintivo real el crucifijo y su bandera es el manto
celeste y blanco de la Reina
de cielos y tierra, la Virgen Inmaculada,
María Santísima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario