(Homilía para los Niños del Colegio "Las Colinas" de Yerba Buena, Tucumán, Argentina, que reciben la Primera Comunión)
¿Como qué es la Misa de Primera Comunión?
Es como haber sido invitados al sacrificio de la Cruz de
Jesús; es como si hubiéramos estado en la época de Jesús, cuando lo llevaban
camino del Calvario para crucificarlo, y alguien nos hubiera dicho: “Mirá, ahí
lo llevan a Jesús, lo llevan para crucificarlo, vamos a acompañarlo, caminemos
detrás de Él y nos quedemos cerquita suyo y de la Virgen, porque Jesús va a dar
su vida por nosotros en la Cruz, para salvarnos”. Porque la Misa es como el Calvario
de Jesús: en el altar, Jesús está invisible, en la Cruz, entregando su Cuerpo,
su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, solo que sin dolor y sin
derramar sangre. No lo podemos ver con los ojos del cuerpo, pero sí lo podemos
ver con los ojos de la Fe, y para eso hemos estudiado el Catecismo durante dos
años, para poder “ver” a Jesús, que está invisible, sobre el altar. La Fe del Catecismo,
la Fe que nos enseñaron nuestros catequistas, nos da una luz que nos hace ver
más allá de lo que podemos ver con los ojos del cuerpo, y eso que podemos ver
con los ojos de la Fe, es la Presencia de Jesús en el altar eucarístico,
escondido detrás de algo que parece pan, pero que ya no es más pan, sino Jesús,
vivo y resucitado, lleno de la luz y del Amor de Dios, en la Eucaristía. Por la
Fe del Catecismo, podemos ver algo que antes no veíamos y ni sabíamos que
existía: vemos a Jesús bajar del cielo con su Cruz y quedarse encerrado en algo
que parece un poco de pan, que se llama “Eucaristía”.
La Misa de Primera Comunión es también como cuando alguien
es invitado a una fiesta, en donde hay una mesa con muchísimas cosas ricas; en
la Misa, que es la Fiesta que Dios Padre prepara para nosotros; es una fiesta
en donde se sirve un manjar delicioso, exquisito, tan pero tan rico, que no
existe ninguna cosa rica en la tierra que se le pueda parecer. Aún más, si
comparamos las cosas más ricas que hayamos probado alguna vez, comparadas con
este manjar que se sirve en la Mesa del Altar, son como si uno comiera cenizas.
¿Qué cosas se sirven en la Fiesta de Dios Padre? Se sirve una carne exquisita,
Carne de Cordero -el Cordero de Dios, Jesús-, asada en el Fuego del Espíritu
Santo; se sirve un pan delicioso, el Pan Vivo bajado del cielo; y para beber,
se sirve un vino también exquisito –el único vino que pueden tomar los niños,
porque el vino de mesa común no pueden nunca tomarlo-, el Vino de la Alianza
Nueva y Eterna, que es la Sangre de Jesús, derramada en la Cruz y recogida en
el cáliz del sacerdote.
La Misa de Primera Comunión es como cuando entramos a un templo, como el nuestro, todo ornamentado y arreglado: así como el templo está todo iluminado, limpio, ordenado, con flores que adornan y perfuman el altar y el sagrario, y con la hermosa música del coro parroquial, que entona alabanzas a Dios, así el corazón, para la Primera Comunión -y para todas las que vendrán- tiene que estar iluminado con la luz de la fe, perfumado y limpio por la gracia de Jesucristo, y convertido en altar y sagrario para recibir a Jesús Eucaristía, y en él sólo se deben escuchar cantos de amor y de alabanzas a Jesús. Ahora bien, todo esto lo hace la gracia: solo por la gracia de la confesión sacramental, el corazón se ilumina con un resplandor más fuerte que mil soles juntos; solo por la gracia el corazón posee un perfume exquisito, el "buen olor de Jesucristo"; solo por la gracia el corazón se convierte en un altar y sagrario para recibir, con fe y con amor, a Jesús Sacramentado, y solo por la gracia, se escuchan en este corazón así preparado y dispuesto, cantos de amor, de alegría y de alabanza a Nuestro Dios que, del cielo, baja en la Cruz para quedarse en la Eucaristía, con su Cuerpo lleno de la luz, de la gloria y del Amor de Dios. De esto vemos qué importante es el Sacramento de la Penitencia antes de comulgar, para que la gracia de Jesús prepare nuestros corazones y los deje llenos de luz, para recibir a Jesús.
La Misa de Primera Comunión es como cuando entramos a un templo, como el nuestro, todo ornamentado y arreglado: así como el templo está todo iluminado, limpio, ordenado, con flores que adornan y perfuman el altar y el sagrario, y con la hermosa música del coro parroquial, que entona alabanzas a Dios, así el corazón, para la Primera Comunión -y para todas las que vendrán- tiene que estar iluminado con la luz de la fe, perfumado y limpio por la gracia de Jesucristo, y convertido en altar y sagrario para recibir a Jesús Eucaristía, y en él sólo se deben escuchar cantos de amor y de alabanzas a Jesús. Ahora bien, todo esto lo hace la gracia: solo por la gracia de la confesión sacramental, el corazón se ilumina con un resplandor más fuerte que mil soles juntos; solo por la gracia el corazón posee un perfume exquisito, el "buen olor de Jesucristo"; solo por la gracia el corazón se convierte en un altar y sagrario para recibir, con fe y con amor, a Jesús Sacramentado, y solo por la gracia, se escuchan en este corazón así preparado y dispuesto, cantos de amor, de alegría y de alabanza a Nuestro Dios que, del cielo, baja en la Cruz para quedarse en la Eucaristía, con su Cuerpo lleno de la luz, de la gloria y del Amor de Dios. De esto vemos qué importante es el Sacramento de la Penitencia antes de comulgar, para que la gracia de Jesús prepare nuestros corazones y los deje llenos de luz, para recibir a Jesús.
Pero
lo que hace a la Santa Misa de Primeras Comuniones algo muy pero muy especial,
y tan pero tan especial, que no hay nada en el mundo que se le pueda comparar,
es que junto con la Carne del Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, y
el Pan Vivo bajado del cielo, va por dentro de estos alimentos celestiales el
Amor de Dios. Quiere decir que cuando comulgamos, nos alimentamos con el Amor
de Dios, que es como un Fuego que quiere encender nuestros corazones el Amor
Divino.
La Santa Misa de Primeras Comuniones es entonces como ser invitados a un banquete en donde se sirven manjares, pero es un banquete del cielo, y los manjares que se sirven son también del cielo, porque tienen un condimento maravilloso y es el Amor de Dios.
La Santa Misa de Primeras Comuniones es entonces como ser invitados a un banquete en donde se sirven manjares, pero es un banquete del cielo, y los manjares que se sirven son también del cielo, porque tienen un condimento maravilloso y es el Amor de Dios.
La Santa Misa de Primeras Comuniones es como ser
invitados a acompañar a Jesús al Calvario, y es como ser invitados al banquete
del cielo, en donde nos alimentamos del Amor de Dios contenido en la Eucaristía, y es también como entrar a un templo hermoso, lleno de luz y con perfume de flores y esto es algo tan pero tan lindo, que querríamos que nunca se termine y que
todos los días sean como el día de la Primera Comunión. Nosotros podemos hacer
que “no termine nunca”. ¿De qué manera? Asistiendo todos los días que podamos,
a la Misa y así todos los días van a ser para nosotros como la Misa de Primeras
Comuniones.
Por último, este es un día muy especial y para este día, nos
hemos estado preparando durante dos años, estudiando el Catecismo y acudiendo a
las clases que nos daban con mucho cariño nuestros catequistas. Estamos ansiosos
de recibir a Jesús en nuestro corazón, después de dos años de preparación. Pero
hay Alguien que ha estado esperando este momento desde hace nueve, diez, once
años, desde que ustedes nacieron y todavía más, desde toda la eternidad; hay
Alguien que está esperando desde hace mucho pero mucho tiempo para entrar en
sus corazones, y ese Alguien es Jesús. Y a medida que se acerca la hora de la
Primera Comunión de ustedes, el Sagrado Corazón de Jesús late cada vez más
rápido y más fuerte, porque Él está muy ansioso de estar con cada uno de
ustedes por la Comunión. Cuando comulguemos, entonces, no estemos distraídos:
cerremos los ojos y en silencio, le digamos a Jesús en la Eucaristía: “¡Jesús,
Dios mío, Te amo con todo mi corazón y nunca permitas que me aleje de Ti!” y le
prometamos que la Primera Comunión no solo no va a ser la última, sino que va a
ser la Primera de muchas, hasta llegar al cielo, momento en que ya no vamos a
necesitar comulgar porque lo vamos a ver con nuestros propios ojos.