Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Santa Misa de Primeras Comuniones


(Homilía para los Niños del Colegio "Las Colinas" de Yerba Buena, Tucumán, Argentina, que reciben la Primera Comunión)

         ¿Como qué es la Misa de Primera Comunión?
         Es como haber sido invitados al sacrificio de la Cruz de Jesús; es como si hubiéramos estado en la época de Jesús, cuando lo llevaban camino del Calvario para crucificarlo, y alguien nos hubiera dicho: “Mirá, ahí lo llevan a Jesús, lo llevan para crucificarlo, vamos a acompañarlo, caminemos detrás de Él y nos quedemos cerquita suyo y de la Virgen, porque Jesús va a dar su vida por nosotros en la Cruz, para salvarnos”. Porque la Misa es como el Calvario de Jesús: en el altar, Jesús está invisible, en la Cruz, entregando su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, solo que sin dolor y sin derramar sangre. No lo podemos ver con los ojos del cuerpo, pero sí lo podemos ver con los ojos de la Fe, y para eso hemos estudiado el Catecismo durante dos años, para poder “ver” a Jesús, que está invisible, sobre el altar. La Fe del Catecismo, la Fe que nos enseñaron nuestros catequistas, nos da una luz que nos hace ver más allá de lo que podemos ver con los ojos del cuerpo, y eso que podemos ver con los ojos de la Fe, es la Presencia de Jesús en el altar eucarístico, escondido detrás de algo que parece pan, pero que ya no es más pan, sino Jesús, vivo y resucitado, lleno de la luz y del Amor de Dios, en la Eucaristía. Por la Fe del Catecismo, podemos ver algo que antes no veíamos y ni sabíamos que existía: vemos a Jesús bajar del cielo con su Cruz y quedarse encerrado en algo que parece un poco de pan, que se llama “Eucaristía”.
         La Misa de Primera Comunión es también como cuando alguien es invitado a una fiesta, en donde hay una mesa con muchísimas cosas ricas; en la Misa, que es la Fiesta que Dios Padre prepara para nosotros; es una fiesta en donde se sirve un manjar delicioso, exquisito, tan pero tan rico, que no existe ninguna cosa rica en la tierra que se le pueda parecer. Aún más, si comparamos las cosas más ricas que hayamos probado alguna vez, comparadas con este manjar que se sirve en la Mesa del Altar, son como si uno comiera cenizas. ¿Qué cosas se sirven en la Fiesta de Dios Padre? Se sirve una carne exquisita, Carne de Cordero -el Cordero de Dios, Jesús-, asada en el Fuego del Espíritu Santo; se sirve un pan delicioso, el Pan Vivo bajado del cielo; y para beber, se sirve un vino también exquisito –el único vino que pueden tomar los niños, porque el vino de mesa común no pueden nunca tomarlo-, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, que es la Sangre de Jesús, derramada en la Cruz y recogida en el cáliz del sacerdote.
         La Misa de Primera Comunión es como cuando entramos a un templo, como el nuestro, todo ornamentado y arreglado: así como el templo está todo iluminado, limpio, ordenado, con flores que adornan y perfuman el altar y el sagrario, y con la hermosa música del coro parroquial, que entona alabanzas a Dios, así el corazón, para la Primera Comunión -y para todas las que vendrán- tiene que estar iluminado con la luz de la fe, perfumado y limpio por la gracia de Jesucristo, y convertido en altar y sagrario para recibir a Jesús Eucaristía, y en él sólo se deben escuchar cantos de amor y de alabanzas a Jesús. Ahora bien, todo esto lo hace la gracia: solo por la gracia de la confesión sacramental, el corazón se ilumina con un resplandor más fuerte que mil soles juntos; solo por la gracia el corazón posee un perfume exquisito, el "buen olor de Jesucristo"; solo por la gracia el corazón se convierte en un altar y sagrario para recibir, con fe y con amor, a Jesús Sacramentado, y solo por la gracia, se escuchan en este corazón así preparado y dispuesto, cantos de amor, de alegría y de alabanza a Nuestro Dios que, del cielo, baja en la Cruz para quedarse en la Eucaristía, con su Cuerpo lleno de la luz, de la gloria y del Amor de Dios. De esto vemos qué importante es el Sacramento de la Penitencia antes de comulgar, para que la gracia de Jesús prepare nuestros corazones y los deje llenos de luz, para recibir a Jesús.
Pero lo que hace a la Santa Misa de Primeras Comuniones algo muy pero muy especial, y tan pero tan especial, que no hay nada en el mundo que se le pueda comparar, es que junto con la Carne del Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, y el Pan Vivo bajado del cielo, va por dentro de estos alimentos celestiales el Amor de Dios. Quiere decir que cuando comulgamos, nos alimentamos con el Amor de Dios, que es como un Fuego que quiere encender nuestros corazones el Amor Divino.
La Santa Misa de Primeras Comuniones es entonces como ser invitados a un banquete en donde se sirven manjares, pero es un banquete del cielo, y los manjares que se sirven son también del cielo, porque tienen un condimento maravilloso y es el Amor de Dios. 
         La Santa Misa de Primeras Comuniones es como ser invitados a acompañar a Jesús al Calvario, y es como ser invitados al banquete del cielo, en donde nos alimentamos del Amor de Dios contenido en la Eucaristía, y es también como entrar a un templo hermoso, lleno de luz y con perfume de flores y esto es algo tan pero tan lindo, que querríamos que nunca se termine y que todos los días sean como el día de la Primera Comunión. Nosotros podemos hacer que “no termine nunca”. ¿De qué manera? Asistiendo todos los días que podamos, a la Misa y así todos los días van a ser para nosotros como la Misa de Primeras Comuniones.
                Por último, este es un día muy especial y para este día, nos hemos estado preparando durante dos años, estudiando el Catecismo y acudiendo a las clases que nos daban con mucho cariño nuestros catequistas. Estamos ansiosos de recibir a Jesús en nuestro corazón, después de dos años de preparación. Pero hay Alguien que ha estado esperando este momento desde hace nueve, diez, once años, desde que ustedes nacieron y todavía más, desde toda la eternidad; hay Alguien que está esperando desde hace mucho pero mucho tiempo para entrar en sus corazones, y ese Alguien es Jesús. Y a medida que se acerca la hora de la Primera Comunión de ustedes, el Sagrado Corazón de Jesús late cada vez más rápido y más fuerte, porque Él está muy ansioso de estar con cada uno de ustedes por la Comunión. Cuando comulguemos, entonces, no estemos distraídos: cerremos los ojos y en silencio, le digamos a Jesús en la Eucaristía: “¡Jesús, Dios mío, Te amo con todo mi corazón y nunca permitas que me aleje de Ti!” y le prometamos que la Primera Comunión no solo no va a ser la última, sino que va a ser la Primera de muchas, hasta llegar al cielo, momento en que ya no vamos a necesitar comulgar porque lo vamos a ver con nuestros propios ojos.

El Adviento para Niños: 1er Domingo - “Estén preparados para la llegada de Jesús, que vendrá para Navidad como un Niño”


(Domingo I de Adviento - Ciclo A - 2013-14)
         Comenzamos un nuevo Año Litúrgico con el tiempo de Adviento, para prepararnos para celebrar, una vez más, la Navidad. ¿Por qué la Iglesia repite todos los años las mismas misas? Porque por una parte, es igual que en la escuela, que todos los años repite las mismas lecciones para sus alumnos; así la Iglesia quiere que aprendamos las hermosas lecciones que son la vida de Jesús. La Iglesia quiere que todos los años nos acordemos de Jesús, para que así vayamos aprendiendo cada vez más de Él y así todos lleguemos a ser como Él.
         Pero hay algo más: cuando la Iglesia celebra la Navidad una y otra vez –y también la Pascua, una y otra vez-, no es porque solamente quiere que nos acordemos de Jesús: por la liturgia y por la Misa, Jesús baja del cielo en Persona para darnos su Amor y para quedarse con nosotros, y para darnos todos los frutos de la Redención. ¿Vieron cuando un árbol está cargado de frutos –cualquier que nos podamos imaginar: manzanas, peras, duraznos, etc.- y uno se acerca para cortarlos y comerlos, disfrutando de su dulzura? Bueno, Jesús está en la Cruz, que es el Árbol de la Vida eterna, y el que se acerca a este Árbol bendito, recibe su fruto exquisito, que es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y al comer este fruto, que es la Eucaristía, se deleita y se goza con la dulzura del Amor de Jesús. Para que nosotros podamos hacer esto, es decir, para que podamos comer del Fruto exquisito del Árbol de la Vida, que es la Eucaristía, la Iglesia, todos los años, comienza un nuevo Año Litúrgico, en el que celebramos, principalmente, la Navidad y la Pascua de Jesús.
         ¿Qué quiere decir “Adviento”? “Adviento” significa “venida” y se refiere a la venida de Jesucristo para Navidad. En este tiempo, en la Iglesia esperamos que venga Jesús, como Niño, para Navidad, así como los justos del Antiguo Testamento esperaban que viniera el Mesías Salvador (aunque nosotros sabemos que ya nació, murió en la Cruz y resucitó).
         ¿Cómo tenemos que vivir este tiempo de “Adviento”?
         La Iglesia nos pide lo siguiente para vivir el Adviento, que es la preparación para la Navidad: oración, penitencia, misericordia, alegría.
         Oración: porque la oración es al alma lo que la respiración y el alimento es al cuerpo. ¿Alguien puede vivir sin respirar? No, a lo sumo, alguno podrá aguantar la respiración en la pileta, debajo del agua, no más de dos minutos, pero no se puede pasar la vida sin respirar; así tampoco se puede vivir sin rezar, porque la oración es lo que le permite al alma respirar con la vida de Dios. ¿Alguien puede vivir sin comer? No, nadie puede vivir sin comer, porque se muere de hambre a los pocos días; así también, no se puede vivir sin rezar, porque el alma que no reza, es un alma que muere, porque se queda sin la vida de Dios.
         Penitencia: porque somos pecadores y el pecado nos impide recibir a Dios que viene como Niño. Haciendo penitencia y confesándonos, vamos a preparar nuestro corazón, que va a quedar limpito, como la gruta de Belén, para que ahí pueda nacer el Niño Dios.
Misericordia: que quiere decir “amor dado a los demás con obras y no con palabras”. Jesús es Dios de Amor, y viene para Navidad como un Niño, sin dejar de ser Dios, para darme su Amor; entonces, yo tengo que dar de este mismo amor a los que me rodean, empezando los papás y los hermanos.
         Alegría: no hay nada más hermoso en este mundo que Jesús y saber que Jesús me ama y que va a venir como un Niño para llevarme al cielo, es la causa de mi alegría, y esa alegría es la que tengo que dar a los demás, junto al amor.

         Así es como tenemos que vivir el Adviento, como nos pide la Iglesia: oración, penitencia, misericordia, alegría. Esa es la manera de prepararnos para la Venida de Jesús.

sábado, 23 de noviembre de 2013

El Evangelio para Niños: Cristo Rey


(Ciclo C – TO – 2013)
         En este día la Iglesia está muy contenta y hace fiesta porque celebra a su Rey, Jesús. Para todos nosotros, que estamos en la Iglesia, Jesús es nuestro Rey, y como todo rey, tiene corona, un cetro, un sillón real, un manto real, y vive en un castillo. Pero Jesús es un rey especial, muy distinto a los que conocemos. ¿Por qué? Veamos porqué.
Dijimos que tiene una corona, pero esa corona no es de oro, ni tiene rubíes y diamantes, como las coronas de los reyes de la tierra; es una corona hecha de espinas, muy grandes y con mucho filo, que le traspasan su Cabeza y le hacen salir mucha sangre, que es la Sangre con lo que lava nuestros malos pensamientos.
Jesús Rey tiene también un cetro –un bastón-, como los reyes de la tierra; el cetro indica el poder del rey, y quiere decir que el que tiene el cetro, es el que manda a todos los demás. El cetro de Jesús no es un bastón de marfil: son los tres clavos de hierro que clavan sus manos y sus pies a la Cruz, porque así Jesús le pide perdón a Dios Padre por las obras malas que hacemos con las manos y por los pasos malos que caminamos cuando cometemos algún pecado.
Jesús Rey tiene un sillón real, pero no es como los de los reyes de la tierra, que están todos pintados en oro y tienen almohadones grandes de seda roja para que el rey se siente cómodo; el sillón desde donde Jesús Rey gobierna el Universo, es el Leño Santo de la Cruz, el Madero de la Cruz, y desde allí Jesús nos mira, esperando que vayamos a arrodillarnos al pie de la Cruz, para darnos su bendición y su Amor.
Jesús tiene un manto real, pero su manto no es como el de los reyes de la tierra, que tienen mantos hechos de pieles finas, de telas muy caras, cosidas con hilos de oro y plata; el manto de Jesús, que es de color rojo fuerte, está hecho de su propia Sangre, la Sangre que sale de sus heridas abiertas por nuestros pecados.

Por último, como todo rey, Jesús vive en un castillo, pero no es un castillo de piedra, rodeado de agua con cocodrilos, ni tampoco tiene una puerta de madera que se levanta y se baja para permitir el paso de los que quieren entrar o salir del castillo, como se ve en las películas; el castillo en donde vive Jesús es el Reino de los cielos, allí vive con su Papá y con el Espíritu Santo, con la Virgen y con todos los ángeles y santos del cielo. En el cielo, Jesús vive lleno de la luz y de la gloria de Dios, y ya no va a morir nunca más, y va a venir el Día del Juicio Final para darles un premio a los buenos y para castigar a los malos con el Infierno.
Jesús Rey está entonces en la Cruz y está en ese "castillo" especial y muy hermoso que e el cielo, y desde allí reina en las almas que lo aman. 
Ah, pero también aquí en la tierra Jesús Rey vive en un castillo: ese castillo se llama “sagrario”, y allí está nuestro Rey Jesús, escondido detrás de algo que parece un poco de pan, pero ya no es más pan, porque es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, es la Eucaristía. Allí nos espera nuestro Rey Jesús, en la Eucaristía, para que vayamos a decirle que lo amamos mucho, tanto, que lo adoramos, y que así como lo amamos y adoramos en la tierra, así también queremos amarlo y adorarlo en el cielo, para siempre, con todos nuestros seres queridos.

sábado, 16 de noviembre de 2013

El Evangelio para Niños: “Antes de mi Segunda Venida, los perseguirán pero se salvarán los que tengan fe”


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C - 2013)

         En este Evangelio Jesús nos dice que, antes de su Segunda Venida, a todos los que crean en Él y lo amen, los van a perseguir y los van a poner presos, pero que Él les va a estar con ellos, a su lado, invisible y, más que a su lado, va a estar en sus corazones, y les va a dictar en secreto lo que tienen que decir en esos momentos: que Jesús es el Hijo de Dios y que ha muerto en la Cruz y ha resucitado para salvarnos, para derrotar al diablo y al pecado, para hacernos ser hijos adoptivos de Dios y llevarnos al cielo.
         Lo que sucede es que todo este mundo, así como lo conocemos, va a desaparecer en el Último Día, el Día del Juicio Final, así como se enrolla una hoja de papel, para que todos podamos ver a las Tres Personas de la Trinidad; en ese momento, Dios nos va a juzgar por nuestras obras y, si son buenas, nos dará como premio el cielo. Si alguien no tiene obras buenas, nunca va a poder entrar en el cielo y va a tener que ir a un lugar de mucho sufrimiento que se llama “Infierno”.
         Pero antes de que pase eso, a todos los que crean en Jesús en la Eucaristía y lo amen y lo adoren, los van a poner presos y les va a pasar algo parecido a los cristianos de antes, que los llevaban presos y después los llevaban al circo romano para que los coman los leones. Pero así como estos cristianos, antes de morir, les decían a todos que amaban a Jesús y que con gusto daban sus vidas por Jesús, y esto lo podían hacer porque el Espíritu de Dios les daba fuerzas y amor -estos cristianos se llaman "mártires" y e que muere como mártir tiene un lugar en el cielo, al lado de Jesús-, así también, a los que los persigan y pongan presos antes del Juicio Final, también va a estar con ellos el Espíritu Santo y también les va a dar fuerzas y amor para que puedan decirles a todos que Jesús ha resucitado y está vivo en la Eucaristía. Y así, ellos se van a salvar, porque todo el que da la vida por Jesús se salva.
A nosotros no nos llevan al circo romano para que nos coman los leones, ni tampoco nos llevan presos porque creemos y amamos a Jesús, pero igualmente, todos los días, tenemos que decirle al mundo, con nuestras buenas obras, que Jesús ha muerto en la Cruz y ha resucitado y está vivo, con su Cuerpo resucitado y lleno de la gloria de Dios, en la Eucaristía, y que lo amamos y adoramos con toda la fuerza de nuestros corazones. Si hacemos así, dice Jesús que vamos a salvar nuestras almas.

sábado, 9 de noviembre de 2013

El Evangelio para niños: “En el cielo nadie se casa porque todos son como ángeles”


(Domingo XXXII – TO – Ciclo C – 2013)
         En este Evangelio, Jesús nos cuenta cómo es el cielo: en el cielo, no hay casamientos, porque todos los que están en el cielo “son como ángeles” y por eso no hay necesidad de casarse (cfr. Lc 20, 27-38).
         ¿Qué quiere decir “ser como ángeles”? Quiere decir tener un cuerpo, este mismo cuerpo, pero resucitado, sano y sin ninguna enfermedad, lleno de la luz y de la gloria de Dios.
¿Cómo es un cuerpo “resucitado”? Es un cuerpo que no siente cansancio ni necesidad de dormir; tampoco experimenta hambre ni sed, y por eso no hay necesidad en el cielo de comer papas fritas ni tomar gaseosa, porque ya no hay más hambre ni sed; puede atravesar las paredes, como hizo Jesús cuando, después de resucitar el Domingo de Resurrección, entró en la habitación donde estaban los discípulos con la puerta cerrada; es un cuerpo que se puede mover muy rápido, basta pensar con ir a un lugar, para ya estar ahí en ese mismo momento; es un cuerpo que ya no se enferma, ni tiene fiebre, ni envejece, y es siempre joven; tampoco siente ningún dolor y, lo más importante de todo, está unido a su alma, que está siempre feliz, alegre, contenta, porque está siempre mirando a Tres Personas hermosas, las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, y eso le causa una gran alegría, tanta, que no puede creer de tanta alegría que tiene.
¿Y quiénes son los que resucitan?

Los que mueren en gracia de Dios, porque la gracia santificante es como una lucecita en el corazón, que no se ve en esta vida, pero que en el momento de la muerte, empieza a volverse cada vez más grande, hasta ocupar todo el cuerpo, y a medida que va ocupando el cuerpo, lo va llenando de la vida, de la luz y de la gloria de Dios, hasta que el cuerpo queda todo lleno de luz, y esto es lo mismo que le pasó a Jesús el día que, con sus propias fuerzas, después de haber muerto el Viernes Santo, resucitó el Domingo de Resurrección. El que resucita es el que está unido a Jesús por la gracia, por la fe y por el Amor, y nadie puede resucitar para ir al cielo, sino es por la gracia de Jesús, y por eso es tan importante vivir y morir en gracia de Dios. Los que no están en gracia de Dios, también resucitan, pero su cuerpo, en vez de ser un cuerpo de luz, es un cuerpo oscuro, como el carbón, y como no están en gracia, nunca van a poder entrar en el cielo; esos van a un lugar donde no está Dios, y es el Infierno. El que va a ese lugar, es porque eligió morir en pecado y no en gracia de Dios. Por eso hay que rezar todos los días, pidiendo la gracia de la perseverancia final en la fe y en las buenas obras, para morir en gracia y resucitar y así, con el cuerpo y el alma llenos de la luz y de la gloria de Dios, entrar en la Casa del Padre para siempre.

sábado, 2 de noviembre de 2013

El Evangelio para Niños: “La salvación ha llegado a esta casa”


(Domingo XXXI – TO – Ciclo C – 2013)
         En este Evangelio (Lc 19, 1-10), Jesús  le dice a Zaqueo, que era un señor que tenía mucha plata pero que también era muy pecador, que quiere ir a alojarse a su casa.
¿Cómo era Zaqueo? Tenemos que saber cómo era, porque se ve que Jesús lo quería mucho, porque le pide alojarse en su casa.  Bueno, Zaqueo era rico, lo cual no nos ayuda para entrar en el cielo, porque en el cielo no hay dinero, ni oro, ni plata, ni cosas materiales de ninguna clase, porque no hacen falta, porque todo lo que hay en el cielo es muchísimo más lindo que todo lo que hay acá, y no hay necesidad ni de comprar ni de vender nada. Pero además de rico, Zaqueo también era “publicano”, lo cual quiere decir, que era conocido como pecador por todos y como sabemos, el pecado es algo malo, muy malo, y es tan malo, que nadie con pecado puede entrar en el cielo, y es por esta razón que los que tienen pecado mortal, van al infierno, y los que tienen pecado venial, van al Purgatorio. Resulta entonces que Zaqueo tenía su corazón apegado a la tierra, y también era pecador, pero a pesar de eso, Jesús lo ama y lo ama tanto, que quiere entrar en su casa para comer con él y llevarle la salvación.
Lo que tenemos que saber es que todos somos un poco como Zaqueo, porque todos tenemos el corazón pegado a los bienes materiales –y si no, hagamos la prueba de no pedir nada a nuestros papás, o de regalar a nuestros hermanos o amigos los juguetes y las cosas que más queremos, y ahí nos daremos cuenta de cuánto están apegados nuestros corazones a las cosas de la tierra, y esto es lo que quiere decir ser “rico” como Zaqueo; además, todos somos pecadores, porque “el justo peca siete veces al día”, dice la Escritura, y si bien nos confesamos, volvemos luego a pecar, y seguiremos siendo pecadores hasta el día de nuestra muerte. Pero también, al igual que Zaqueo, Jesús nos ama, y nos ama tanto pero tanto pero tanto, que a Él no le importa que nuestro corazón esté lejos de Él, ni tampoco le importa que seamos pecadores; o también podemos decir que nos ama justamente porque somos débiles y pecadores para darnos su Amor y Misericordia y, todavía más, cuantos más pecados tenga un alma, más Amor y Misericordia recibirá de Jesús. Al igual que con Zaqueo, Jesús también quiere entrar en nuestra casa, pero no a nuestra casa material, sino a nuestra casa espiritual, que es nuestra alma. ¿Cómo quiere entrar Jesús? Lo quiere hacer a través de la Comunión Eucarística: cada vez que comulgamos, Jesús golpea a las puertas de nuestro corazón y nos dice, igual que le dijo a Zaqueo: “Quiero alojarme en tu casa” y también, al igual que Zaqueo, nosotros tenemos que abrirle presurosos las puertas de nuestros corazones, con mucha fe y amor, para que Jesús entre y convierta a nuestros pobres corazones en su morada. Y para que Jesús esté a gusto en esa casa que es nuestro corazón, le prometeremos que compartiremos nuestras cosas con los hermanos y amigos, que nunca haremos mal a nadie y que trataremos de crecer en la santidad todos los días”. Si hacemos así, escucharemos la dulce voz de Jesús que, desde el fondo de nuestro corazón, nos dirá: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.