Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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viernes, 17 de mayo de 2013

El Evangelio para Niños - Pentecostés



(Ciclo C - 2013)
         Jesús sopla sobre sus amigos y sobre su Mamá, que estaban rezando, el Espíritu Santo, que se les aparece como lenguas de fuego. Esto es lo que en la Iglesia se llama “Pentecostés”. Pentecostés quiere decir “fiesta de la cosecha de trigo”, y era una fiesta que celebraban los judíos para festejar por los  primeros frutos que habían obtenido –como si plantamos árboles, por ejemplo, de limones y festejamos cuando aparecen los primeros limones-; en la Iglesia quiere decir los primeros que, gracias al Espíritu Santo, empiezan a conocer y amar a Jesús y eso quiere decir “conversión” a Jesús.
Así Jesús cumple una promesa suya: Él les había dicho que tenía que morir en Cruz para subir al cielo y así poder a prepararles las habitaciones que su Papá les tenía listas en su Casa del Reino; pero también les había dicho que una vez que llegara al cielo Él les enviaríal, junto a su Papá, al Espíritu Santo, que es el Amor de Dios. Jesús había bajado del cielo por Amor; en su Corazón ardía el Amor de Dios; murió en la Cruz para darnos su Amor y ahora, ya resucitado, nos sopla el Espíritu Santo para que amemos a Dios con su mismo Amor.
         ¿Qué hace el Espíritu Santo?
         Jesús les había dicho a sus amigos que el Espíritu Santo iba a hacerles acordar muchas cosas y a enseñarles muchas otras sobre Él: “El Espíritu Santo les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho y les hablará de Mí” (cfr. Jn 14, 26). Como cuando un maestro le dice a su alumno: “¿Te acordás de esa lección, a principio de año, que no entendías bien y ahora la entendés?”. Y el alumno, que ahora entiende la lección, dice: “¡Ah, sí, ahora me acuerdo! Antes no entendía, y ahora sí!”. Bueno, el Espíritu Santo es como un Maestro del alma, un Maestro interior, que enseña muchas cosas, sin palabras, en el silencio y en la oración, por eso es muy importante hacer silencio, de palabras y de pensamientos, y hacer mucha oración, para poder escuchar las lecciones que nos enseña este maravilloso Maestro interior que es el Espíritu Santo. El que habla mucho y dice cosas sin sentido, y el que grita, esos no pueden escuchar al Espíritu Santo, y se quedan sin saber lo que Él les quiere enseñar.
         ¿Qué cosas enseña el Espíritu Santo?
         El Espíritu Santo es un Maestro interior, como dijimos, y hay que hacer silencio y oración para aprender de Él, y hay que estar en gracia para poder entender lo que enseña, porque enseña secretos que sólo Dios conoce; enseña cosas maravillosas que nadie, ni los ángeles ni los santos, sabe, y los enseña solamente a los que son sus amigos, sus grandes amigos; además, con su llama de fuego toca el corazón, para que, de piedra que es, se convierta en corazón de carne o, mejor, en un corazón como de hierba seca, para que pueda, al contacto con la llama, arder con el fuego del Amor divino. El que tiene un corazón duro y frío, como una piedra, no puede nunca sentir el Amor del Espíritu Santo.
         El Espíritu Santo enseña muchas cosas: que Jesús no es un hombre más, sino Dios Hijo “encarnado”, que se hizo hombre sin dejar de ser Dios, para que nosotros nos convirtiéramos en hijos adoptivos de Dios.
         Enseña que la Misa no es como un espectáculo de cine o de televisión, que si no es “divertido”, todos se aburren y no lo ven; el Espíritu Santo enseña que la Misa no tiene que ser ni “divertida” ni “aburrida”, porque es el mismo sacrificio de Jesús en la Cruz, sólo que sin derramamiento de sangre e invisible a los ojos del cuerpo, porque el Calvario, la Cruz y Jesús, la Virgen María y los ángeles y santos, están todos ocultos a nuestros ojos, pero están presentes, como también están ocultos a  nuestros ojos el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, pero igual Jesús está Presente en la Eucaristía.
         El Espíritu Santo enseña el valor del sacrificio y el valor de ofrecerlo por la conversión de los pecadores y por las almas del Purgatorio, porque el que hace un sacrificio se une a Jesús, que por nosotros muere en la cruz y así el pequeño sacrificio que uno puede hacer, se convierte en un sacrificio gigante, que sirve para salvar a muchos pecadores y para sacar muchas almas del Purgatorio; enseña también el valor del esfuerzo para combatir la pereza; enseña el valor de dar a los demás lo mejor de uno mismo, y enseña cuánto ama Dios a aquel que da la vida por Jesús.
         El Espíritu Santo enseña que el cuerpo es templo suyo, es decir, del Espíritu, y que por eso hay que cuidarlo de todas las cosas malas. Enseña que el cuerpo nuestro ya no nos pertenece, porque Jesús lo compró para el Espíritu Santo al precio de su Sangre, y le dio la llave de entrada a su Mamá, la Virgen, y por eso tenemos que cuidar el cuerpo y vivir en gracia. ¿Alguien dejaría pasar al templo de material, animales y bestias salvajes, que dejarían el templo todo desarreglado y sucio? Seguramente que nadie haría eso, por eso tampoco podemos tratar mal a nuestro cuerpo.
         ¿Habría alguien que se animaría a escuchar música que no es de Dios, a todo volumen, en el templo de Dios? Por supuesto que nadie lo haría, y por eso no debemos escuchar música que enseña malas cosas, como la cumbia y el rock. Además, debemos escuchar música agradable y por supuesto música sagrada, como el canto gregoriano y otros muchos hermosos cantos para Dios.
         El Espíritu Santo enseña también a comulgar, porque comulgar no es ponerse en la fila para recibir un pancito bendecido; es recibir el Cuerpo resucitado y glorioso de Jesús, y para eso se necesita estar en gracia de Dios, además de decirle a Jesús en el corazón: “Jesús, te amo”, con toda la fuerza de nuestro amor, y adorarlo, y así preparados, en gracia y con amor en el corazón, recibir a Jesús de rodillas, en lo posible, para expresar con el cuerpo el amor y la adoración interiores.
         Todas estas cosas, y muchas más, enseña el Espíritu Santo en Pentecostés, y también en cada comunión eucarística, porque cada vez que comulgamos, Jesús nos sopla el Espíritu Santo sobre nuestro corazón, que viene como lenguas de fuego sobre él, y por eso cada comunión es como un pequeño Pentecostés para quien comulga con fe y con amor.
        
        

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