Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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jueves, 11 de junio de 2015

Formación para Catequistas - Encuentro 2 - “Jesucristo, Hombre-Dios”


         ¿Quién es Jesús?
         Para sus connacionales: “es el hijo del carpintero” (Mt 13, 55); “el hijo de José y María” (Mc 6, 3); “sus hermanos están con nosotros (en el pueblo)” (cfr. Mc 6, 4).
         Según Él mismo: Él es el Hijo de Dios; es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6); es el Camino al Padre, nadie va al Padre sino es por Él (Jn 14, 7); es el Dador del Espíritu Santo (Jn 14, 26); es el Mesías; el Redentor; el Salvador (Mt 16, 13-19).
         Según el Bautista, inspirado por el Espíritu Santo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).
Según Juan: “es Amor” (1 Jn 4, 8).
Según la Santa Iglesia Católica, en la Eucaristía: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Misal Romano).
         ¿Quién es Jesucristo según el Magisterio de la Iglesia Católica?
Según el Catecismo: es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: “Creo en Jesucristo, su Único Hijo, Nuestro Señor” (Símbolo de los Apóstoles); es Dios Hijo que procede de Dios Padre: “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios  verdadero” (Credo Niceno-Constantinopolitano).
         En síntesis, según nuestra fe católica, apostólica y romana, Jesús es el Hombre-Dios.
Es Hombre-Dios:
Es Hombre Perfectísimo: nacido sin concurso de varón, puesto que su naturaleza humana –alma humana y cuerpo humano- fueron creados en el instante mismo de la concepción y encarnación en el seno de María Santísima. Al no haber intervención de varón –San José era meramente esposo legal y su trato afectivo era como de hermanos con la Virgen-, la carga genética correspondiente al gameto masculino, fue creado en el instante de la concepción y encarnación, siendo unido inmediatamente a su alma humana inmaculada y perfecta, también creada en ese instante. Tanto su Alma humana como su Cuerpo humano –que en el instante de la Encarnación, al ser creado, tenía el tamaño de una célula, un cigoto-, fueron unidos a la Persona Divina del Verbo de Dios, y fueron ungidos con el Espíritu Santo, por eso Jesús es Hombre Perfecto, porque no solo no tiene pecado alguno, sino que además es la Humanidad Santísima del Verbo de Dios, unida hipostáticamente, personalmente, a la Persona del Hijo de Dios, y ungida personalmente por el Espíritu Santo. No hay posibilidad alguna de error, de malicia, de ignorancia, ni siquiera de la más ligera imperfección en Jesucristo, en cuanto Hombre Perfecto, por ser el Hombre-Dios.
         Es Dios Perfectísimo: porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que posee el Ser divino trinitario; es Espíritu Puro y por lo tanto, para cumplir el plan de salvación pedido por el Padre, necesitaba de un Cuerpo para ofrecer en la cruz, motivo por el cual es llevado por Dios Espíritu Santo al seno de María Santísima para su Encarnación.
         Las dos naturalezas, la divina y la humana, están unidas en Jesucristo sin mezcla ni confusión.
         Jesús, el Hombre-Dios, es nuestro Redentor y Salvador.
¿De qué nos salva?
         Para entender de qué nos salva Jesús, hay que entender a qué nos condenaba el pecado original: a la muerte física, al pecado y al dominio del demonio. Sin la Redención de Jesucristo, los hombres estábamos condenados irremediablemente a la muerte física, a vivir y morir en pecado mortal –Santo Tomás dice que el hombre no se puede mantener mucho tiempo sin la gracia-, y a la muerte eterna.
Es por eso que Jesús nos otorga una triple salvación: nos salva de la “eterna condenación” (Misal Romano, Plegaria Eucarística I); del pecado; de la muerte física. Pero además, nos otorga la filiación divina, lo cual es un don infinitamente más grandioso que el (triple) don grandioso de la salvación.
         ¿Qué relación hay entre el Jesús histórico que sufre la Pasión, el milagro de Corpus Christi y la Eucaristía de la Santa Misa de todos los días?
El Cristo histórico que sufre la Pasión; el Cristo del milagro eucarístico de Corpus Christi y el Cristo glorioso de la Eucaristía, es el mismo y único Cristo, el Hombre-Dios, engendrado eternamente en el seno del Padre en cuanto Dios Hijo y encarnado en el seno de la Virgen en el tiempo en cuanto Hombre.
¿Qué lleva al Verbo de Dios a encarnarse?
Siendo Espíritu Puro, el Verbo de Dios “necesitaba” un cuerpo para cumplir el plan de redención, que era darnos su Amor, y esa es la razón por la cual Jesús se encarna y sufre la Pasión. Podríamos decir que el Cuerpo y la Sangre es el “envoltorio” del Amor de Dios: al desgarrar el Cuerpo y derramar la Sangre en el sacrificio de la cruz, se abre el envoltorio del don de Dios, su Amor, y se derrama sobre nosotros, su Divina Misericordia. De esa manera, con su Cuerpo entregado y su Sangre derramada en el sacrificio cruento de la cruz, demuestra la inmensidad del Amor Divino con el que nos ama, porque podría habernos redimido sin su sacrificio en cruz, pero lo hizo para darnos muestra de hasta dónde llega la “locura” de su Amor por todos y cada uno de nosotros: hasta el extremo de entregar su Cuerpo y su Sangre por nuestra salvación, que significa, en fin de cuentas, que todos estemos con Él, al fin de nuestras vidas terrenas, en el cielo.
         Esto es lo que Él quiere expresar en la Última Cena, cuando dice: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”: entrega anticipadamente, incruentamente, su Cuerpo y su Sangre –y con su Cuerpo y su Sangre, su Amor-, en la Eucaristía, para luego entregarlo en la cruz, y es lo que hace en cada Santa Misa, y esto lo hace con el único objetivo de demostrarnos su Amor, como dice la Antífona 1 de las Vísperas de San Bernabé: “Con amor eterno nos amó Dios; por eso levantado sobre la tierra nos atrajo a su corazón, compadeciéndose de nosotros”[1].
         El Milagro de Corpus Christi lo que hace es evidenciar lo que Él hizo en la Última Cena, lo que hizo en la cruz, y lo que hace en cada Santa Misa: entregar su Cuerpo y su Sangre. En Bolsena, parte de la Hostia se convirtió en su músculo cardíaco, vivo, que comenzó a manar Sangre, la cual manchó el corporal y luego el pavimento; es la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre que sucedió en la Última Cena y es la misma conversión que se produce en cada Santa Misa, y es el ofrecimiento de su Cuerpo y Sangre que se realiza en la cruz, en el Calvario, que se perpetúa en la Santa Misa, para que nosotros tengamos a mano los frutos de la Redención, así como alguien tiene a mano los frutos maduros de un árbol, para poder cortar los frutos de este árbol y comer de él.
         Con su sacrificio en cruz, con el don de su Cuerpo y Sangre –renovado cada vez en la Santa Misa-, Jesús nos dona su Amor, nos diviniza, expía nuestros pecados, da gracias al Padre, y adora y glorifica al Padre en nombre nuestro, y esa es la razón por la cual en la Santa Misa debemos ofrecernos con Él, al Padre, con todo nuestro ser.
        



[1] Liturgia de las Horas, I Vísperas del 11 de Junio, día de San Bernabé.

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